ALEGORÍA DE LAS JACARANDAS I
“Mi corazón es una casa con la luz apagada; un trapo mojado tirado en mitad de un cuarto vacío; una víscera decorativa de la tristeza, y la tristeza es un parque interior.”
El vagabundo me detuvo con la mirada feliz y yo le di mi cajetilla completa; descubrió su rostro de barbas y era mi faz reflejada la que me miraba sucia pero resplandeciente. Supe que el tiempo se había acabado. Nos sentamos a un lado del camellón bajo las jacarandas donde esparcí la soledad de otros tiempos y que esa mañana nublada había ido a buscar. Esperaba su voz, pero él sólo fumaba; observaba a los transeúntes y a veces se detenía en mis manos. “Pareciera que no lo tienes todo”, dijo por fin, con una voz de árbol quemado. “Pareciera que no has sabido reír... Mira ese sol, lucha contra las nubes acuosas por querer salir un día más, no considera su debilidad ni nuestras penas.” Siguió fumando y ambos nos concentramos en la caída lenta de una hoja. “No me digas que lo has dilapidado todo otra vez... Ah, después de tanta belleza.” El mundo pasaba con su rumbo fijado de antemano. Los coches eran criaturas perfectamente acopladas al ser. Yo me fui diluyendo gradualmente en esa acuarela nublada, mientras que él, recogió sus hojas para volver a ser jacaranda…