Chicome: Siete hojas de luz
Chicome. El espíritu del maíz, de Santos de la Cruz[1]
Entre
las tantas tareas que se precisan para restituir la dignidad de las comunidades,
en estos tiempos aciagos y de embate criminal contra los pueblos, la Asamblea
de Migrantes Indígenas de la Ciudad de México (AMI) ha hecho cosas de gran
pertinencia, incluso disponer de tiempo y lugar para honrar la belleza que genera
trabajar en conjunto. Pertinente y con sus cualidades propias resulta un libro
que la AMI publicó en 2014: Cosmovisión
indígena contemporánea. Hacia una
descolonización del pensamiento.[2] Es un libro donde
concurren distintas procedencias. Su método primordial es el diálogo y la
conversación. Allí aparece la voz de Santos de la Cruz, profesor de náhuatl y poeta
que ahora reedita Chicome. El espíritu
del maíz, en versión sonora.[3] Ocurre una correspondencia
total entre sus palabras en el conversatorio y su enunciación poética, por lo
que valdrá la pena atender ambos materiales.[4]
En ese conversatorio, Santos de la Cruz se presenta como un
hombre nahuatini, de Ixcatépec, en la región de Cuextlan, Veracruz –que acá
generalizamos como “La Huasteca”–. Alude allí a distintos aspectos que
representan la vida en su pueblo; lugar que se ha quedado lejos pero que transporta
en el ser. Deja entrever la relevancia que su comunidad concede a las palabras
y a la tierra, no solo como el vehículo de la comunicación y el asentamiento de
la gente, sino como una disposición de elementos tangibles e impalpables que
constituyen el orbe: La flora, la fauna, los manantiales, los cerros, por un
lado; las deidades, las ofrendas, los rituales, la gente mayor, los que saben ver, la palabra antigua, por otro.
Santos de la Cruz refiere la importancia que los suyos dan a
la vida en común, contra la cual asoma el coyote. Cóyotl –dice Santos– es aquel embaucador astuto que llega a romper
lo que somos, con su idea de propiedad privada y de partidos, portador de otros
sistemas y modos de ser que sustraen la armonía de trabajar juntos, disgregan,
empobrecen.
Refiere palabras precisas para nombrar el mundo. Explica rituales
concretos, con el sentido profundo de vivir bien. Entre otros, resulta
relevante la ofrenda del elomaniliztli,
una ceremonia de dimensiones plenas.
Al respecto, platica Santos de la Cruz que estaba preparando
un poemario sobre el maíz, en Ciudad de México, muy lejos ya de su pueblo. Cayó
en la cuenta de que no recordaba con claridad las palabras con las cuales debía
tejer su libro, pues se había ido desprendiendo del proceso vital que genera el
maíz, elemento sagrado y de veneración entre los suyos. Así que emprendió una
especie de performance –diríamos los
coyotes–, y retomó, en la ciudad, la práctica de hacer milpa como el medio que
trajera de regreso la experiencia para poder componer sus versos. Fue así como recuperó
la memoria, mediante ese acto de volver a ser. Fue así también como se propuso
volver a revivir el ritual del elomaniliztli
para beneficio de sus nuevas comunidades. Se infiere que ese libro sobre el
maíz es este que hoy ponemos a consideración.
Mucho más que un libro, este trabajo con trece poemas resulta
como el policultivo de una milpa, donde junto con el náhuatl va brotando el español.
Además de leer los poemas, ahora los podemos oír en ambos idiomas, al disponer
del audio, con una cierta sonoridad vernácula de cuerdas, vientos y semillas que
los musicaliza. Aquí vuelve a aparecer la voz de Santos de la Cruz, modesta y
monótona, pero extensa y precisa, profusa de significados que consagran
nuevamente la importancia de agruparnos, como una milpa que hace esplender la
vida toda.
El vocablo náhuatl chicome
literalmente expresa el número 7,
pero tanto en la vida de los nahuatinin como en la lírica del poemario, chicome alude al carácter sagrado de
nuestro grano: Siete flor, niña siete flor, niño siete flor, madre siete
maíz, padre siete maíz, abuela siete cultivo, abuelo siete cultivo; dice, son expresiones
que se van agregando en un rezo, porque esta imagen sagrada del maíz alude a
siete hojas que llegan a brotar en algunos elotes, de manera extraordinaria,
prodigiosa.
Ese rezo, junto con todos los elementos de la ceremonia, es
un acto conmovedor, recuerda Santos de la Cruz, “te da regocijo”, implica un
esfuerzo y te lleva a la reflexión; pero sobre todo, te envuelve en el portento
de lo comunitario.
Ese acto primordial constituye este libro, el cual, además
de desplegar una ilación de versos, funcionaría muy bien dramatizado,
representado en un escenario que, además de la voz, ocupe el espacio. No es una
simple reunión de poemas sino que estos se tejen con precisión y en orden
cosmogónico, a partir de la necesidad de recuperación y restitución de la vida
en comunidad, y desarrolla un tránsito entre un estadio adverso y otro de
consecución.
La obra comienza con una petición: “Mahihtolli”, y cierra con la esperanza de que esa petición será
dada: “Tielliz”. Primero, se disponen
los elementos de la ofrenda y los señalamientos de la necesidad: “Aquí se
necesitan muchas flores, se necesita mucho trabajo, se necesita mucho copal,
mucha música, mucha danza” (“Nican
monequi miec xochitl / nican monequi
miec tequitl. // Monequi miec tlahtolli / monequi miec copalin / monequi miec
tlatzotzonalli / monequi miec ihtotiliztli / monequi miec tlacualli.”), enuncia
el que sabe “hacer la medicina” (“quiihtohua
Pachihquetl”). Por lo que ha dicho Santos en el conversatorio, aquí no es un lugar imaginario ni
alegórico, aquí es preciso: Es en esta
ciudad donde se necesita “pedir para la comunidad”. Cierra el asunto el último
poema apelando a cada imagen de Siete Flor: “te darás”, “en el camino del
coyote, en la tierra endurecida, sobre el chapopote, sobre los escombros, te
darás” (“tielliz / Chicomexochicihuapiltzin / Chicomexochoquichpiltzin […] tielliz / Chicomecintecnanatzin / Chicomecintectatatzin
/ Chicomexochitlatocnanatzin / Chicomexochitlatoctatatzin”).
Entretanto se desarrolla un
tránsito, con elementos míticos y biográficos, supremos y cotidianos. Aparecen
los signos de la estación propicia que todos los sentidos advierten: la mujer
viento, el “tonal” del agua (“Ehecacihuatzin”,
“pilatonalle”). Cada aspecto merece
su propio canto, como el de “Niña de cabellos largos”, “Cihuapiltzin piltzoncalhuehueyactzin”,
designación alegórica de alguna entidad pluvial: Ella “sabe cómo / ir aprendiendo
a embellecer y hacer crecer su cabellera […]” (“quipilmati quen / onmopilyectzoncalihizcaltihtilihtimachtinemilihtinemiz”).
Pero también florecen
aspectos de la dimensión humana: Otro de los poemas, “Pilhuitzitziltzin”, o “Pequeño colibrí”,
parece representar la formación adquirida de niño en el sistema de valores que
resguarda la colectividad; figurado, por ejemplo, mediante el respeto, el
aprecio y el modo de contacto que se deben profesar hacia el colibrí:
“Muchachito pequeño / escucha cómo se comunica / Tztz-tztz-tztz-tztz” (“Piloquichpiltzin / xicompilcaqui quen piltenonotztica”).
Aparecen la enfermedad y la
muerte del padre, la orfandad, la necesidad de migrar, emprender el éxodo
personal, las manos vacías, la pérdida de la esencia: “Lleno de mugre estoy, mi
cabeza es nido de pájaro” (“Nipilzozoquiyo,
nipilcuahtapazoltzin”). La llegada a
esta “ciudad ombligo” (“xicaltepetl”),
donde todo se ha trastocado y donde “el cerro tiene dueño” (“tepetl quipia ipilteco”). El
lamento, la duda: “¿Tehuantin
ayoc cintli totec? ”, “¿Nosotros ya no somos de
maíz?”, se pregunta un yo lírico que refiere el hambre, “la vergüenza en el
rostro” (“Pehua mayanaliztli […] pehua ixpinahuiliztli”). Y sucede el presagio:
“Tetzahuitl”: En un lugar donde todo
tiene dueño, la casa y la comida son ajenas. Aquel gran sembrador de maíz, acá
mendiga una tortilla, pide limosna, o se subsume en el rol que se le asigna en
un sistema de explotación:
Dice,
sin metáforas, la voz que antes, en algún momento del poemario, ha espetado la
pregunta: “¿Cómo reunir mi esencia indígena?”, “¿Quen nimopilmacehuallocentiliz?”. Advertir el olvido, reparar la
memoria. Convertir la impostura, subvertir el destino. Ofrendar y pedir
renovadoramente. Restituir, decía, la dignidad comunitaria mediante la
representación colectiva implícita en la repercusión vital del maíz mediante el
elomaniliztli y erigir su casa de
flores, “Xochicalli”, como se
representa en el penúltimo poema, donde habla el músico durante la celebración
recuperada: “Esto ya no lo hacíamos / –dijo el músico–. / Ya no le hacíamos
fiesta a 7-Flor” (“Inin ayocmo
ticpilchihuayayah / –conihto tlatzotzonquetl–. / A yocmo ticpililhuiquixtiliayah Chicomexochitl”), quien refiere que
una de sus hijas “empezó a encontrar maíz entre sus manos” (“ompeuhqui quipilahci cintli ipilmahmaco”),
como una señal de que “nuestro maicito quiere vivir aquí con nosotros […] Por
eso aquí levantamos la casa de las flores” (“topilcintzin quinequi mopilchantiz nicantzin tohuan”). En fin, “psicomagia
pura”, volveríamos a decir los coyotes.
Centrados en el tema de la lucha por la tierra y el territorio de los
pueblos indígenas, es inadmisible dudar si cabe la labor poética entre las tareas
que se precisan, como escribía al comienzo, para reivindicar la dignidad de las
comunidades. La AMI asume su parte integrando incluso la belleza del quehacer
humano. Santos de la Cruz lo hace.
Finalmente
cabe observar que ahora, después del multiculturalismo
y la pluralidad, quizá se reconstruye
otro viso de indigenismo con el discurso de la interculturalidad como el paradigma de la época, pero todavía con
los riesgos de constituir otra etapa de colonialidad. Contra esta, ha emergido
una nueva generación de sujetos con la conciencia fecunda, que se asumen “indígenas”
desafiando los entornos atávicos de racismo y exclusión; reproducen sus propios
símbolos y reconducen sus propias estrategias de recuperación y reivindicación;
confluyen en una historia común, desde sus distintas localidades y procedencias,
con su idioma, su memoria y sus atuendos, sorteando la folclorización que cosifica a la gente y sus prácticas.
En campos de producción cultural tan clasistas y disciplinarios como los de
las artes, esta es una generación, si no “letrada”, sí “formada” en la inclusión
universitaria. Pienso en casos diversos, galardonados o no, quienes además de
integrarse en un circuito de publicaciones también participan en eventos y espacios
que celebran la dimensión oral de la palabra, adonde llevan meritoriamente la
resonancia de sus pueblos. Será importante analizar cuánto subvierten o
convierten el campo de las “Letras”, donde han prorrumpido mediante programas
de estímulos y fomentos irradiados con los calificativos de “indígenas” u
“originarios”, junto con actores de otros campos y medios, como la música, la
imagen, el video, la lingüística y el pensamiento, e incluso la lucha política
beligerante o pacífica.
Pero en una ciudad que se sueña diversa enarbolando banderas inclusivas, y
que se despierta arrebujada con los jirones de sus propias insignias de “centros”
y “periferias”, el caso de Santos de la Cruz parece distinto del de aquellos. No
obstante su oficio de profesar la lengua, con distintas colaboraciones y
publicaciones como poeta, refiere que fue acá donde aprendió a escribir el
náhuatl, imprevistamente y gracias a su interacción fortuita pero fraterna con
otros inmigrantes y colegas. Mediante su participación en la AMI, con quienes
reivindica su derecho a ser indígena del siglo XXI en una ciudad como la de
México, su producción autogestiva parece estar fuera del canal literario autorizado
por la academia o los comisionados del erario; sabedor, como dice uno de sus
poemas, de que “es necesario no creerse mucho / porque todo lo que pedimos lo
pedimos para la comunidad”. Pero tiene voz, y tiene letra. Y así, “despacio irá
tomando peso [ese] trabajo”, “despacio irán tomando peso [esas] palabras”.[5]
Notas:
[1] Santos de la Cruz, Chicome. El espíritu del Maíz. Poesía
náhuatl-español, AMI/Mínax, México, 2017. Disponible para su
adquisición en Mínax Ediciones, Calle Niños Héroes, Lote 31-A, Barrio San Juan
Moyotepec, San Gregorio Atlapulco, Del. Xochimilco, C.P. 16630, Ciudad de
México. Teléfonos: 55 6534 1002 y 55 2334 4463.
[5]
Texto derivado de la presentación de Chicome.
El espíritu del maíz, durante el VII Encuentro de Diversidad Cultural,
UACM, Cuautepec, Ciudad de México, 20 de octubre de 2017. (El Encuentro,
organizado por la AMI y la UACM, estuvo centrado en el tema: “La defensa de los
pueblos de la tierra y el territorio”. Pueden consultarse algunos materiales en
la página de Facebook: Encuentro de diversidad cultural, https://www.facebook.com/Encuentro-de-Diversidad-Cultural-1193874797380946/)
Santos
de la Cruz en la presentación de Chicome, en la UACM, plantel
Cuautepec.
(Fotografía obtenida de la página de facebook del Encuentro de
Diversidad Cultural, publicada el 21 de octubre de 2017.)