La carretera es una lágrima



La carretera es una lágrima
en la que ruedan
quienes han sembrado jaulas abiertas.


Una lágrima a la que, al menos,
nadie acude para preguntar
quién altera los astros
y quién se desangra en el mar;


ni ella ha tenido que señalar
a un hombre sentado
haciendo disparos


en su superficie
manchada de accidentes
que brillan opacos
sin que la distancia los pueda sanar.


La carretera es una sonda del daño
entre lo que se queda y lo que se va.


Se mimetizan con sus cicatrices
los paisajes de la fugacidad,
cuando la noche le instala sus espejos


y ella deja de volverse loca
mientras comparte su humedad.


La carretera es una arteria
bajo la sombra de una extraña enfermedad.


No la equilibran
ni sus zumbidos ni los que respiran
sus colores;


ni los que despiertan
descubiertos
en sus nubes desiertas.


Hada rota
del traslado y las transmutaciones.