Susurro púrpura
Escuché otra
vez el susurro púrpura de aquel espantapájaros, como un telón de plástico que se
deshebra sin cesar contaminando la región plateada del cerebro: “Deja que me
pierda entre las calles de esta ciudad intransitable”.
Al parecer me musitaba solo a mí, como un vagabundo de mi pensamiento:
“Acaso entre las piedras halle una que me hable”.
Será que interpelaba a la llovizna ácida encarnándose en su propio espectro:
“Estoy cansado de arrojar botellas a los cables”.
O susurraba al sol, que no por ello se apartaba de verter su lumbre consagrada
e insondable: “No me complace ahuyentar doncellas en los parques”.
Qué le podía responder yo. Había salido a caminar pretendiendo esclarecer
mis abstracciones: “Al
menos han vuelto a florecer las jacarandas en tu 'vieja soledad de
hierro'”.
Qué más le podría conmover –otrora las jacarandas se volvieron
emblemáticas–: “Festival
de pétalos que echó raíces en el concreto”.
Había salido a caminar y escuché otra vez ese susurro. Lo sentí bajo mi piel, como el
borbollón de una turbia mixtura química que aturdía el intelecto. No obstante,
las jacarandas habían vuelto a florecer... Ahí estábamos de nuevo.