Manchas de cielo
Melancolía y Depresión despertaron atados de brazos en la
misma cama, sin residuos de amor pero con el aroma letárgico posterior al
deseo. El insomnio anterior apenas es una transpiración de las sábanas, un
vapor con olor a cigarros, una escena brumosa como una película cuya
reminiscencia sólo es una línea de ardor en las raíces negras de las pestañas
que median entre el estrago interior y el mundo fotosensible. El mediodía es
una canción que rechina infectada de pájaros, con la percusión lentísima del aire
que aletea atascado en las nubes destripadas como una jalea gris que empalaga
el intelecto meteorolábil de los solitarios.
Melancolía dispone sus ojos
como un telescopio desenfocado; pareciera que durmió con los párpados
despegados como si fuera un aparato puesto a cargar y que ya recargado emite
una señal melodiosa.
Dice, con esa voz que pergeña
los cromos del horizonte:
Los pájaros
traen
pedazos de
cielo;
las hebras
pluviales
cuelgan de sus
picos.
Se posan en la
ventana
de mi
pensamiento
como una
cosquilla
que me hace
expandir
mi sensación
de universo.
Depresión despega los párpados como si sus bostezos los
expelieran sus ojos; suelta el bulto de su consorte y se voltea dándole la
espalda amalgamando nada más la piel afelpada de sus nalgas; apunta a la
cortina y espeta, con esa voz ronca y olorosa a colillas amontonadas:
Los pájaros
caen
manchados de
cielo;
como hebras
pluviales
que han
engendrado picos.
Quiebran la
ventana
de mi
pensamiento
y la pongo a
escurrir
como la
hemorragia
donde te
sumerjo.
Ambos cierran los ojos al mismo tiempo, como si se hubieran
puesto de acuerdo para apagar las luces dominicales. Al terminar la cuenta
regresiva imaginada en sus pensamientos escurre una lágrima, y la implosión del
silencio hace retumbar la mañana que se aleja aleteando súbitamente, como los
pájaros de sus versos equivocados de cuento.