La ciudad es más ancha y más larga



Estridentópolis, a 28 de marzo de 2021 

Querida Penélope:

Si hubiera que disimular el disturbio de los sentimientos intentando ponerse lírico, diría que entre tú y yo la ciudad se extiende como un oasis de guiños. Que entre nosotros la soledad aflora como un templo exuberante de delirios o cavilaciones. Que entre nadie, la libertad acaece como un designio del ser. Un espasmo vital. Un mórbido trance. Un reposo. Un instante de perpetuidad. Que –como en algún estribillo– la ciudad es más ancha que tus caderas… y más larga que mi verga –cabría agregar, por la correspondencia de los sexos, no sin sonrojarme–. Igualmente dilatada es la soledad. Otro tanto proporcional, o mayor, contiene la libertad de los actos y la independencia de las emociones. Y hay demasiado para encontrar cuando no se busca nada en concreto, que lamentarse por no prolongar la desdicha es: 1) Pasarse de bueno, como las frutas; 2) Padecer por rutina, como en las oficinas del tedio, o 3) No saber irse a tiempo, como los boxeadores envejecidos.

     Pero hubiera preferido irme contento. Abrir la puerta y reencontrarme con la redención de estarse yendo, sin voltear atrás. Mas tuve que saltar por la ventana, con la premonición de una tormenta en el pronóstico del pensamiento, y de un incendio en el clamor de las alarmas. Y así, más que un estandarte de la libertad, la melena me vuelve un espantajo que desgreña el viento. Ay, mientras tanto vengo cayendo, en un trayecto lento aún lejos de tocar la tierra.

“Quién es el mayor culpable de la colisión en un crucero”, le pregunté a una agente de tránsito. “Quién es el menos desafortunado cuando dos desbaratan el juego”, consulté con un perito de fracasos truculentos. “Quién lastima y quién hiere”, quise aclarar frente al espejo amargo del café a las seis de la mañana y todo sereno. Quién ríe al final, ¿depende de quién llora al comienzo? Cuál. Cuál de todos los comienzos.

Hubiera preferido irme contento. Aunque no me fuera nunca o me estuviera yendo todo el tiempo.

La imagen voluptuosa de tus nalgas ­­–como un resplandor pornográfico pixelado ante mi latitud equina–, el aroma lúbrico de mi tronco erecto –como un nitrato marino dispersado en tu pulsión canina– se desvanecerán en las coladeras de esta ciudad donde hay tanto que hacer y donde –sobre todo– es bien visto no hacer nada más que mirar la lluvia caer en las afueras de las farmacias. O irradiarán –hasta disiparse– en la transmisión vespertina de tu pantalla de plasma, en la que solo sucede esa representación sempiterna de personajes distantes, jamás distintos.

Entre tú y yo la ciudad es más ancha y más larga: Tu promiscuidad de fantasía o mi pravedad fantasmagórica son apenas un destello. La soledad se dilata: Tu aprensión de aventuras púdicas o mi retraimiento insensato de gato resisten más que cualquier plato. La libertad se amplifica, para acoplar otra fábula o conectar otro enchufe. 

Siempre tuyo.

Odiseo



Imagen: "Amores perros o El amor no tiene remedio pero es el remedio de todos los males animales". 
Pacífico Sur de Xiapas, 2013. Intervención digital