La balsa y el baúl
Arranqué
las costras de mi pecho. Al desprenderlas, entreví a mi abuelo esparciendo el
polvo de su baúl. En sus dedos había brasas de luz y en sus pies un manojo de
raíces. Cómo iba a mostrarle que me estoy descarapelando, o susurrarle que no
me encuentro en los espejos. Cómo iba a decirle que mis manos huelen a cigarros
de la tarde gris.
Seguí escarbando y el feto que fui tejía una balsa para huir. Supuse su naufragio, entre ergástulas pantanosas, hasta llegar a mí. Cómo iba a pedirle que sumergiera sus pezuñas, que se hundiera, que no buscara otro pantano.
Seguí escarbando y el feto que fui tejía una balsa para huir. Supuse su naufragio, entre ergástulas pantanosas, hasta llegar a mí. Cómo iba a pedirle que sumergiera sus pezuñas, que se hundiera, que no buscara otro pantano.
El dador de laberintos hizo un ave para mi vigilia y una jaula
para mi letargo. Mas, a veces, todavía sueño. Todavía tapo el frasco por si
acaso quedara algo que no se haya resecado.
Caminé un poco y las pupilas
visitaban los entierros. Sus estelas eran lacrimales que empañaban los sonidos.
Ya no hubo luz: mi abuelo había cerrado sus manos. Caminé a oscuras, con la
lobreguez espesa enrollándose en los sentidos.
Incrusté de nuevo las yemas, seguí jalando, desprendiendo,
lacerando más la carne descompuesta. Esta vez encontré ventanas, en penumbra,
como si quisieran ocultar su atmósfera o un coito de cadáveres. Me asomé. Detrás
de ellas la neblina pareciera la forma absoluta de los parpadeos, como si todo
rostro y todo cuerpo fueran humo disipándose a la zona más lejana. Las estaba
traspasando, me tragaban. Me sentí de niebla, polvo gélido o el humo converso
de una cremación sidérea.
Descubrí mi llaga al apartar la mano y la noche penetró el umbral
de mi pectoral descarnado. Destrabé los ojos, descendí al instante enredado en
las raíces de un árbol esquelético.
Escuché los pasos en el agua.
Alguien remaba muy despacio, como rúbrica de una tempestad eólica y negra.
Todo se lo fue tragando el lodo, como si fuera de barro y no de
ceniza. Como si desde antes hubiera estado tendido a merced del golpeteo, sin ánimos
de seguir buscando una canción para la ordeña.
La balsa y el baúl manchados
de la noche. La cabeza contra la pared, el volido y el derramamiento.
Ya no hay brasas de luz ni material para tejer, solamente la
costra, solamente los dedos.
De un texto escrito veinte años ha, imposible determinar si se trata de una alegoría o si es la transcripción de un sueño.
Imagen: Detalle de "Supragarabato 140997", tinta mixta sobre papael de estraza, 22X28 cm., 1997.