Víspera póstuma



Desperté en la penumbra de la tarde transfigurado en pensamiento de los gatos. Algo soñé porque un color bruñía indeterminado la melancolía vespertina de los párpados. Así pude ver la trayectoria ondeante de su cabello corriendo al mar, como la obertura silenciosa de su coreografía de gaviotas.

Se hace noche ya y es un desenlace: Mañana moriré para resucitar en su pasado indemne de reminiscencias; acaso podrá leer, escrita en una de sus manos, la transmigración del viejo árbol bajo el que solía danzar como un caleidoscopio del entorno.
Pude ver cómo corría dejando caer ingrávidos los trapos, despojándose del cuerpo hasta volverse espuma. Pude ver su piel conflagrada de brillos como el vidrio acuoso de los himnos vesperales.
Padecer el ego de los solitarios hace que los rostros se fragmenten multiplicados en las cosas sin relato; quizá un gesto de estos llegue flotando al mar indócil que esparce soles y reflejos más allá de su epidermis y pueda ser imaginado –al menos– en forma de concepto para un nuevo cántico.
Salí a caminar despacio sobre la calle antigua de los conquistadores y pude entrever en cada muro, en cada dintel y en cada alero la bruma de sus reflexiones, como la coreografía póstuma de quienes fuimos antes de ser guardados en los baúles del titiritero.

Se hace la noche ya pero siempre hay luces que son el enjambre opaco de ese cromo impreciso. Es el final de algo. Mañana renaceré y seremos la retrospección que evoque otros pasos, otros actos, otras lucubraciones.


                                                                                               Imagen: Detalle de Vestigios del tedio. Tinta mixta sobre papel, 20x28 cm, 1998.