En la barra de los marchitos
Un poco de metal con mirada de durazno, por favor.
Un poco de paz que no ate las manos.
Se están quemando mis alas bajo las lágrimas de
leona.
Se está derritiendo mi máscara y se están
fermentando mis clavos.
Amarla como si fuera una mujer que no amo.”
Me apetece.
Apetece, incluso, un cambio.
Las hormigas que fabrica el despertador.
El taladro que te ladra en las sienes:
El tronido que trinan los trenes.
Las batallas de las botellas:
La alcoholemia y la blasfemia.
Los carnavales del corredor y la orgía solitaria
al
yo ver llover.
Diablo de la guarda,
mi agridulce compañía;
lagrimal de reces muertas,
bultos sacrificados colgados de los ganchos como
frutas arrancables;
como sacos rojinegros escurriendo en las
alcándaras.
Ángel mío,
eso es lo que ves en la esfera del cristal que has
arrancado.
Devil,
¿ya te has ido?
Débil he venido.
Débil estoy.
Devil,
¿ya no estás?
He venido de la noche,
fue un terrón amargo que durmió en mi lengua.
He venido a amanecer justo aquí,
en este paradiso de floreros yertos.
El yugo y la yugular se ajustaron muy bien.
¿Tú me has hecho esto?
No me desampares ni en la alegría ni en mi
melancolía.
¿Acaso nos tocó perder?
No quiero fuego,
hoy no tengo mechas que encender;
tan sólo un poco de metal con actitud de durazno,
por favor;
un poco de paz que no lastre las manos.
¡¿No atiendes la barra este día?!