Con botines vaqueros –y sombrero

Íbamos a la clase de deportes con botines vaqueros –y sombrero, si así lo motivaba el clima–, a perturbar las imágenes televisivas de los niños de ciudad.
            
Íbamos de excursión al zoológico artificial y precisábamos entre esos niños la divergencia del susurro urbano con el murmullo silvestre.
            
Veníamos de allá, lejos, de la región distante; episódicamente; con otros significados, otras formas, otros juegos.
            
El calor, los caballos, el mar. El color, los lagartos, el cielo. El olor magnánimo de la caca de vaca en el corral como organización de la atmósfera. El sabor primordial y láctico. El cántico de avispas durante la siesta del polvo. Los grillos en armonía con la profusión estelar salpicada en la noche. El sueño máximo de ser jinetes, ni siquiera astronautas.
            
Veníamos de allá intermitentemente, lejos, de la región distante.

¿Y ahora? Improntas. Fantasmas solamente.

Imagen: Del archivo familiar