Jirafas (Frag. de "La vida alucinante de las moscas")
Las jirafas desatornillaban su cordura en ayunas y paulatina helioestupefacción, medían la temperatura eólica con su cuello de termómetro ambulante. Ella se reía, como si estallaran las jirafas, como si la vida fuera sólo una canción psicodélica de cuna. Desatornillada y efusiva, las nubes le parecían un boceto escolar, pintarrajeadas con plumones de agua y puestas al sol a secar. El calor flamígero pixelaba cada visión temulenta y el horizonte se iba en una intención vaporosa y melancólica de ser un rehilete, un espantapájaros, una alegría multicolor. El efecto de la temperatura superaba cualquier intoxicación... No advertimos cuándo se apagó la luz del mundo. No sentimos cuándo la tumefacción se evaporó. Todo es un recuerdo, decolorado y sensual. Todo es un aroma, una sensación, una imagen del viento y una hoja, una regresión... Y cicatrizaba el cielo, ya no podría soportar otro crepúsculo, quizá otra aurora. Las jirafas servían de zancos a los enjambres de ciudad. El olor a pastura incineraba la definición de desierto, un desierto de concreto y cristales arqueológicos. Ella dijo bragas. Silencio y carcajadas. Dijo nuevamente bragas. Inevitablemente imaginé sus bragas, más exactamente su vulva despertando cubierta por la sábana de sus bragas. Imaginé su sexo, exultando secreciones salitrosas y exquisitas. Imaginé mis dedos cubiertos de flujo. La suavidad de sus labios como los gajos de una fruta tropical y deliciosa. Las jirafas no dejaban de masticar el follaje ácido de las nubes contaminadas. Su humedad se incrustaba en mis uñas. Un espejismo fragante comenzó a evaporarse de sus ropas. Los párpados subsumidos eran ángeles gozando el éter tibio de una droga táctil. Las jirafas orinaban. Abiertas de patas.