LUTO DOMÉSTICO
I
Nuestra consistencia de gatos
viene a recordarnos
que somos animales solitarios...
Y decrece el sol,
unicelular se revuelve en su cascarón
incubando al verano que habrá de florecer
a partir de un relámpago.
Pero hoy es época de invernar,
de mirar los pinos artificiales
donde vienen a marchitarse todas las navidades...
Estamos tristes en casa,
meditabundos ante el coágulo de una galaxia
revestida de luces en serie.
Y me duele.
Saber que no se pertenece
y que en el portatrajes cuelga dormitante la muerte;
esa muerte de luto que nos hace pensar...
esa muerte doméstica que nuevamente nos enniñece.
A veces ocurre un lapso en el cual la vida parece detenerse,
y las acciones parecen transcurrir sin referencias del tiempo,
y las voces que fluyen alrededor se cristalizan
y únicamente rezuman murmullos próximos al letargo
de un suspiro onírico que hace reventar cada párpado,
cada iris donde anida una lágrima de llanto;
ese lapso es el que ocurre cuando adviene la muerte;
la muerte de alguien que amamos sin comprenderlo hasta esa hora realmente,
hasta que ocurre y madrugamos,
al alba,
en vela,
con los corazones desangrándose formando un solo charco;
alrededor sólo pasa el viento,
y lo demás se queda entre paréntesis.
II
Nosotros vivíamos en las inmediaciones del campo,
un campo celeste con verdoso vaho;
vivíamos ahí porque éramos espantapájaros,
y teníamos una botella,
al beber de ella los mundos se hacían posibles,
entonces volvía una luz,
para decirnos que somos animales tristes,
animales sin diálogos,
de abstracciones preponderantes
en cuyo interior se fraguan húmedamente torrentes de imágenes,
mitos irreversibles que sólo es probable traducir en el silencio más alegórico.
Animales de silencio,
con aliento alcohólico
y fantasmas sin sueño.
Es así como sobreviene la muerte;
animales tristes,
solitarios,
taciturnos;
animales del advenimiento.
Animales de un ser donde eso acaece.
Muerte doméstica,
al fin y al cabo,
pero muerte.