LA FAENA.Texto de la serie TEMPLOS PAGANOS

Para Juan José Gurrola, in memoriam




¿una Pasifae libertada en el museo taurino La Faena?

Para un devoto de esos templos paganos que perduran ejemplarmente entre la diversidad del Centro Histórico, donde el alquitrán, la alcoholemia y la charla se vuelven rituales concretos de una fe esperpéntica y cóncava; es decir, para un bebedor de cantina, conocedor de los umbrales que anteceden a las distintas barras donde las cervezas esperan la garganta en llamas de los transeúntes que todavía concurren al vicio, La Faena debe de ocupar un lugar principal en sus preferencias.

Para una excursionista de ecoturismo urbano que accede a los itinerarios de la bohemia de esta neocolonial Tecnochtitlán, La Faena es un sitio singular y quizá le aporte los mejores videogramas de su recuerdo.

Muchos elementos pueden enumerarse sobre la peculiaridad de La Faena hoy y por qué ocupa un sitio destacado entre las cantinas tradicionales del centro histórico de la Ciudad de México.

El aspecto kitsch de ahora seguramente fue suntuosidad anteayer. Espacio amplio con salones privados, decorados de madera, bajorrelieves restaurados casi con brocha gorda, el sonido lejano de una estación vernácula de radio, sus mesas de plástico y sus manteles rojos, la rockolla de vez en cuando y el baño con olor a baño.

Sus meseros fieles siempre allí, que con júbilo sincero saludan a los asistentes consuetudinarios, sin resistirse al devaneo arlequinesco de su condición de faunos octogenarios cuando una dama se presenta, logrando que el lugar conserve su ambiente familiar.

Pero tal vez lo más destacado de su particularidad es su acondicionamiento de museo, un museo taurino, un museo original (“Bar Museo Taurino La Faena” anuncia el letrero eléctrico de gas neón en la entrada sobre la calle Venustiano Carranza). Maniquíes de poses ambiguas con el traje original de algún torero antiguo de lo cual hace constancia el polvo, en vitrinas a lo largo y alto de las columnas y paredes, cada una con su historia; cuadros de gran formato con motivos tauromáquicos y un pequeño tablao.

En la entrada siempre hay volantes que promocionan un evento para cada fin de semana próximo cuyo espacio será La Faena misma, porque ésa es otra de sus singularidades: La Faena funciona como salón de eventos especiales contratado principalmente por jóvenes tecnócratas (fanáticos del tecno), performers, presentadores de fanzines y alguno que otro festival off. Por ello en las noches del fin de semana el ambiente de La Faena se transforma...

Estando entre cornucopias y fetiches de la tauromaquia, tal como el decorado de La Faena, qué dipsómano singular escaparía de fantasear con una Pasifae espléndida languideciendo de lubricidad y zoofilia, deambulando alrededor de las mesas, con su cabellera suelta y su vestido a punto de volar; o el espectro de un toro níveo, erguido como el placer más corpulento, bufando ante el éxtasis de su hembra disfrazada.

Pues allí, entre la rancia atmósfera de tauromaquia desvencijada, ante el vouyerismo inerte de toros y matadores –justo donde los pasos de la azotea no se oyen sino que se ven, pues una especie de tragaluz permite ver la silueta ambulante de las secretarias que en el piso superior asumen la burocracia con tacones de estilete–, vislumbré una vez a la lúbrica Pasifae envestirme hasta el orgasmo de la lidia...