o r á c u l o

“Florecerá la eternidad en el aroma de tu culo”, profirió rítmicamente la voz robótica del oráculo. “Mas ninguna historia bonita resistirá la membrana acuosa del crepúsculo”, resonaba pausada mientras la señora –henchida, hinchada– lubricaba el artefacto, el cual –además del vaivén automático y vibrátil– disponía de una función aleatoria de mediación carnal y premonitoria.
    “Las hojas se van o se desintegran; pero brotan otras, nuevas”. El caudal de aromas también prorrumpía imaginario, real y simbólico y por ello impreciso, instintivo, biológico, pero vasto y delicioso. “Las plumas se deslizan en el aire; caerán lentas y otra vez volverán a remontar su deriva en el soplido del instante”.
    Salivas y flujos hacían brillar el aparato de estímulos anatómicamente dotado. Las gotas se quebraban duro contra el ámbar caluroso de los vitrales. Las patrullas vulneraban la calle en la fractura de la tarde.
    La voz robótica seguía parloteando pero una voz más lisa y blanda se removía lábil en las rugosidades humedecidas del pensamiento:


Dónde quedará tu fantasía de niña enamorada, con la luz final del día manchando la sábana. Ninguna historia bonita soporta el alba. Ninguna ciudad perdida conserva la calma. En cada nombre un homicidio se pinta con lágrimas. Una luna artificial nos hace caer en la trampa. Pero la eternidad florecerá en ese aroma impúdico del amor –el verdadero y magnánimo amor, el único, el que se desintegra, el que se transforma metabólico y se mancha de fluidos y residuos vitales–, en ese fragante remolino de estrías de tu culo –ameno, exquisito, palpitante.

Un chorro intempestivo –semejante a la orina– parecía reventarse en relámpagos de gritos atemperados. Descendían graduales hasta ralentizarse otra vez lo que antes se había precipitado. Y entonces, todo se apagaba con la oscuridad trémula y repentina.
    El hado se había consumado. Su fuerza delicada, irresistible e inexplicable no objetaba que la eternidad había durado una brevísima segregación del tiempo… 

    Mas qué sería de la eternidad sin uno de sus instantes.

Imagen: De la serie Foto real, de Ilán Lieberman, 2011. Incluida en la exposición Tiempo de sospecha. Un ejercicio sobre comunicación mediática, sistema de conocimiento e información. Museo de Alte Modelno, Méshico, 2012.  Fotografía digital