t r a n s m u d a c i ó n
Imaginemos que somos bestias. Sólo sabemos articular gruñidos y gestos. Y, sin embargo, germina una luz en el centro del pensamiento; es una propensión primigenia de compartir, de congregarse en el fuego.
Hacia allá nos movemos; nuestras huellas delinean
la senda en sentido contrario de la oscuridad. No obstante, nos recogemos.
Damos un paso y retrocedemos a la fase oscura de los gruñidos y los gestos,
cuando el silencio aún no se llama violencia
y nuestras células bastan para embriagarse y son uno solo todos los elementos.
Aquella luz
germinal eclosiona y florece indeleblemente en el pensamiento. La propensión
gregaria urde el código fundamental que recubre las gesticulaciones y los
gruñidos precedentes. Se extiende así un filamento impalpable de simbolización
e intercambio. El significado es común y el lenguaje sucede a las tinieblas del
tiempo.
Ahora el lenguaje es una red que nos
suspende en la ilusión de caer, nos envuelve y determina las formas. Sin esa
red nos precipitaríamos inexplicablemente en un vacío que denominaríamos instinto.
Equilibristas
vencidos, el lenguaje es la red que nos contiene. El lenguaje es la red que nos
detiene en la inmediatez del abismo. Allí nos congregamos, hacinados y
manoteantes. Cada trama se marca para siempre en la epidermis, incluso obstruye
o deforma nuestros gritos recalcitrantes.
Imaginemos
que somos bestias, inaprensibles aún por los otros y su noción de otredad.
Imagen: "La lengua primordial", detalle de Supragarabato 160997, tinta mixta sobre papel estraza, 1997.
Texto de 2012, publicado en 2013 y que hoy reverbera y vuelve.