i m p o n d e r a b l e




Hacía buen tiempo para llorar. Las salamandras se habían extinguido otra vez. Aún no descubríamos cuáles galaxias nos sepultarían con su imponderable misterio y longevidad. Pero en tus pupilas cabía otra guirnalda.
    Hacía un muy buen tiempo para llorar. Pero me colmaste con tu sororidad de hermana mayor y de hermana pequeña. Me supe feliz de poder contemplarte en todo tu esplendor. Haber sido un chico solitario valió tanto la pena.
    Las galaxias son perentorias, como los buenos tiempos para llorar. Hoy todo es hermoso porque nada vale la pena. Ni el amor burgués. Ni el rencor de clase. Ni el pecador impecable. Ni la violencia ni el hambre. Ni la puntuación precisa. Todo es hermoso porque somos criaturas del advenimiento.
    Si todo es tan efímero, es tan sempiterno. Como la embriaguez con la compañía adecuada para extendernos la noche y templar el amanecer. Como el ciclo de los buenos mezcales al culminar el proceso hechos aroma en los cristales y no volver nunca. Tan evanescente es el cielo.
    Te amo, “belleza” –cómo más podría d e n o m i n a r t e–. Hoy puedo saberlo. Te amo libre y libre me siento. Aunque vuelva a quedarme solo aguardando la próxima vez cuando vivir sea hermoso y la amistad me redima de no hallarme sino debajo de las galaxias que se colapsan y nosotros no lo sabemos siquiera.
    “Hermosura, nena, hermosura”. Y salud.