Letargo de chatarra




Cuando la vida no sea un racimo de cadáveres
y se clausuren las oficinas con espuma negra,
y despierten los tranvías de su letargo de chatarra
y esa cáscara prohibida beba toda la llovizna que apagó las luces,
entonces la orfandad será un caballo muerto
flotando en la belleza de una cabellera,
y el último suicidio podrá postergarse
para abrir la llave de las regaderas
y sentarnos en el baño a escribir poesía
para las niñas que quieran darnos amor cubiertas de jalea,
perfumadas de verde
y vestidas de hierba escarlata,
y en nuestra mirada se colapsarán las carreteras
como un solo vaho en los párpados posteriores a la siesta.
Las voces párvulas vendrán de lejos
como el condimento de los pájaros
surgidos al abrir las puertas,
y el ruido de los coches no envenenará la fauna vespertina
de ninguna vecina alada asomada en tu ventana sin saber tu nombre
y no habrá un paraguas triste deambulando de noche
en espera del agosto vendedor de relámpagos,
como drogas nerviosas,
ni paisajes clandestinos para náufragos
disipados en su propia sombra,
ni llamadas al crepúsculo echado a perder sobre las hojas,
ni lenguas en el musgo de las piedras que susurran,
ni pupilas dilatadas en el enjambre del alambre,
ni astros de óxido en el liquen de la noche.
Cuando la vida ya no sea un racimo de cadáveres
y clausure las oficinas con espuma negra.

Imagen: Un rincón de La Enseñanza Casa de la Ciudad, Jobel, Xiapas, febrero de 2017.