Reposo, pulsión e intervalo



El cofre de los yerros
contiene un aroma de calles vacías.
El ruido de las voces
flota polvareda y taladrilmente.
Llovizna la música
que nos ha enseñado a estar solos,
a quedarnos sin el espejismo de siempre.

El cofre de los yerros
ya está cerrado,
la palma de mi mano lo acaricia,
terciopela y pétalamente,
como se acaricia la pelambre de un gato,
como se palpa una esfera de vidrio
a la hora en que se pudren los astros.

–Qué hago yo aquí, sentado,
taciturno y febreciendo deshumor,
entre las voces que interfieren
el contacto de mi oído y la emoción.

Ya he dejado de chupar ceniza
pero la incitación no se disipa todavía.

Afuera –siempre afuera–
serpentean las banderas
exponiendo su color y su quimera.

La humedad impele a caminar de un modo eólico.
Las canciones nuevas,
después de haberse superado el martirio de las voces,
se desfloran con su cuerpo tierno y viperino de 15 veranos…


De una primera versión fechada el 13 de mayo del año diosmil,
en el cuaderno titulado Clavos que escurren del párpado.

Imagen: Un rincón de La Enseñanza Casa de la Ciudad, Jobel, Xiapas, febrero de 2017.