Humedad y crepúsculo
Siempre queda un
vaso Una
tarde que arde
con residuos de
ciudad. en
la misantropía.
Dedos que hallan
cadáveres
en la ceniza de
un amor
que bebió la
eutanasia
pagada con la
desdicha negra
de su cáncer.
Siempre queda un
beso Una tarde líquida
con quiragras en
la soledad. en el
vidrio de la melancolía.
Guitarras
eléctricas que suenan
como laringes
rotas de los ángeles.
Una lágrima de
ámbar
congelada en la
sortija
que luce el dedo
flaco del crepúsculo.
Sus uñas
descascaran
la fruta seca que
aún no deja de latir.
Y la moja,
con saliva de sus
ojos.
Se la come,
sin semilla y sin
antojo.
La arroja,
a la intemperie
húmeda
guardada en el cuarto
donde los ecos secos
son aromas
constrictores,
murmullos que se
inflan
y reducen el
espacio.
Imagen: Variación de "Puerta Chiquita". San Miguel de Allende, Oanajuato, 2016.