Juguetito engusanado


Animal que ladra. Fantasea. Persigue su propia cola y de repente la abandona. Lo distrae la luna, proyecta su sombra. Sube al tejado. Lame la distancia como al pezón de una hembra imaginaria. Brinca. Se enturbia el brillo lúdico de sus ojos y otra vez hay un espectro melancólico.
               Animal que calla. Escuálido. Famélico. Merodea. Husmea en los enigmas de un ángel que murió hace mucho tiempo.
               Se va detrás del vagabundo, pardusco, sombrío. El camino está lleno de caballos muertos. Fantasmas. Las hormigas transportan muñones –se supone, porque el mar aún no ha cicatrizado–. Silbido amargo. Se descama el vientre de la vida y traga la sangre; es agria, con varios días de retraso. Hay un espejo, se mira y se siente lejos, corre tras de sí. Es un camino de culebras; los pasos las ahuyentan pero dejan algo que se enreda en los pensamientos: Se forman nudos ciegos; se revientan, les brota el viento que anuncia la tormenta-interna-externa-sin rumbo.
             Parece absurdo caminar bajo relámpagos, desnudo –no tanto; a veces la desnudez también es un disfraz–. Tormenta. El agua es buena para los árboles marchitos.
Animal que flota. Amanece y sale, desorientado, del sueño de un espantapájaros. Se va, superior a un garabato, con el cerebro estéticamente engusanado…

Imagen: Detalle de "Supragarabato 160997". Tinta mixta sobre papel estraza