Hipocentro
Traje mi canción –es una canción sin voz–
como a una mascota velluda de papel con cabellera que arde, pero no conozco a nadie
en esta fiesta. Es una fiesta de peces y alacranes, guitarras eléctricas con
minifalda y ritmo de frascos que se abren. Soy una lámpara sin foco y no quiero
bailar. Mi chica murió ayer; se mató a las cuatro de la tarde y los ácidos se
fueron como bichos en su carne dulce de algodón. No sé a qué hora saldrá su
autobús. No sé en qué momento llegará el último metro, pero me da miedo salir a
la calle. Me da miedo estar afuera y en esta fiesta no conozco a nadie. Siento
gusanos en mi oreja y un performance se lleva a cabo en mi columna vertebral.
Es extraño no saber la hora, la hora de acabar por última vez. Quisiera poner
mi disco nuevo. Estar a solas… pero con alguien. Con alguien, pero a solas. Mas
no conozco a nadie y no quiero beber. Presiento que estoy lejos, muy lejos de
casa… En la habitación sigue viviendo aquel cadáver. Algunos cuentan sus
experiencias y a veces siento curiosidad. Qué otras flores puedo deshojar.
¿Acaso el arte no era la telaraña marchita? Estoy encerrado en una fiesta donde
no conozco a nadie y nadie me reconoce con sus disfraces de jirafas o paraguas.
Estoy en la película de aquel ángel –yo soy la cerradura–. Afuera me da miedo;
es un barrio de agua con pirañas –o al menos eso me advirtieron–. Todavía no
conozco a la mujer interesante: “¿Qué vamos a hacer cuando no salga el sol?
¿Qué vamos a hacer cuando se apague la luna?” No conozco a nadie en esta
fiesta. Nunca he conocido a nadie en ninguna fiesta. Esta fiesta que doy.
Imagen: De la serie Foto real, de Ilán Lieberman, 2011. Incluida en la exposición Tiempo de sospecha. Un ejercicio sobre comunicación mediática, sistema de conocimiento e información, MAM, Méshico, 2012. Fotografía digital