Tras esa larga noche que ha durado un año. La Ayotzinapa colectiva
Un hijo nunca muere, aunque te lo
maten. Aunque te lo maten una y otra vez, un hijo no puede morir así nomás, por
desaparecer.
Tras
un año, tras esa larga noche del 26 de septiembre que ha durado un año –una
noche de 365 días más los que nos sigan mortificando–, padres y madres
continúan buscando a sus hijos o clamando por los que mataron –estudiantes de
la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, ubicada en el km. 14 de la carretera
nacional Chilpancingo-Chilapa, en Guerrero, México; estudiantes de la dignamente
célebre Normal de Ayotzinapa, largamente vejados igual que los otros tantos de
estudiantes de las escuelas normales rurales del país.
Los
ciudadanos, a su lado, buscan –o esperan– la certidumbre categórica de lo que
ha pasado y una reparación íntegra.
No
es que a éstos no les interesen los hijos ni a aquéllos la explicación verdadera,
sino que ocurre un entrecruzamiento primordial: la esperanza de la vida y la exigencia
de justicia. Cruce atroz de la magnitud del acontecimiento y de la acción
impostergable en torno de la cosa pública.
Lo menos que podemos hacer como ciudadanos es acompañar a estas madres y padres, familiares y compañeros estudiantes –cuántas veces, antes, los dejamos solos–. Acompañarlos pero sin dejar de lado que su reclamo atañe a la obligación de participar en la construcción de nuestra sociedad la cual debemos asumir en nuestras manos –en el ser, en el poder y en el saber.
Cuál
es nuestro papel como actores en escenarios diversos, tal vez ninguno más que
el de ciudadanos. El de discernir que bastan las motivaciones para reconocer
una causa común.
El gobierno federal no ha logrado refutar
la denuncia más severa de los padres y estudiantes de Ayotzinapa –y de gran
parte de la ciudadanía–: “Fue el Estado”. La dimensión del acontecimiento; la
articulación oscura de factores y circunstancias coyunturales; la pesadez de un
proceso largo que nos hizo despertar esa noche de la que aún no hemos
despertado, nos obligan a reiterar que fue, ha sido y es el Estado.
Para otros, algo nada raro pasó durante
el primer semestre de este 2015: otra vez el silencio, el vacío o desvío informativo,
la apatía, la disminución del entusiasmo, el carpetazo –solo aparentemente, entre unos, porque los protagonistas
directos no han cejado de buscar, junto con quienes no han dejado de
acompañarlos–; hasta que, por un lado, la tendencia cívica a conmemorar
aniversarios volvió a hacer sonar el caso.
Un detonador menos trascendental pero
más trascendente que la memoria cívica ha sido el Informe Ayotzinapa: La
“investigación y primeras conclusiones de las desapariciones y homicidios de
los normalistas de Ayotzinapa” presentada por el Grupo Interdisciplinario de
Expertos Independientes (GIEI) –Alejandro Valencia Villa, Ángela María
Buitrago, Carlos Martin Beristaín, Claudia Paz y Paz Baile, Francisco Cox Vial–
el pasado 6 de septiembre, una vez
concluidos los seis meses de plazo “inicial”; un documento que debemos leer y
que presentan como “una oportunidad de retomar el rumbo de la
investigación, la búsqueda y la atención a los familiares y otras víctimas”, y
que ofrecen esperando “que sirva de aprendizaje no solamente sobre el caso
Ayotzinapa, sino para ayudar a enfrentar la problemática de la desaparición de
personas en México”. Documento que debemos
leer para transitar desde la impresión horrorosa ante el acontecimiento hacia la
comprensión paulatina de los elementos que lo constituyeron, y finalmente hasta
el reconocimiento cabal del proceso largo que nos ha traído a este momento en
que nuestros rostros se confrontan y nuestras voces se reconfortan descubriendo
tristemente que somos nos/otros; superar la conmemoración cívica para fundar la
memoria histórica de los pueblos que viven la historia desde abajo y juzgar así
al responsable directo: El Estado; y exigir y cuidar que no suceda nunca más.
Transitar, pues, del anecdotario terrible a la justicia del pueblo.
En
fin, cuando hay tanto qué decir se corre el riesgo de quedarse callado o de no decir
lo necesario… Mas sobre Ayotzinapa nadie debe callar; en este caso el silencio
resulta más inaguantable que el ruido que tantas veces ha impedido escuchar con
claridad.
Justicia
y certeza presupuestal para las escuelas normales rurales del país.
Justicia
y vida digna para los trabajadores del campo.
Justicia
y verdad para las víctimas de Ayotzinapa.
Justicia
y reparación para las víctimas del Estado.
Imágenes: Durante la marcha del 26 de septiembre de 2015, a un año de los crímenes de Iguala; Ciudad de México.