Enamorados mendigos
Están mirando el amor cómo escurre de las seguetas con que
se acarician las ventanas, como una hemorragia de seda que participa en los
dientes de cada bolero; balcones enfermos con nidos de tijeras; descargas que
se extienden sudoríparas, lineales, como crepúsculos corporales que entibian
las sacudidas de las pupilas antes de sorber la penúltima gota de la despedida.
Enamorados mendigos de salvación, a las manecillas les piden
menos filo y más instante; no se dan cuenta de que sus pasos de vals y sus latidos
son el cronómetro que los desentierra del alba y les cosecha el olvido; sus
parpadeos, el intervalo de sus abismos, el élitro de sus besos; todo, todo
contiene ese ritmo de tic tac del cojeo del tiempo; el ciclo de todo ser vivo,
el envejecimiento y la muda de circunstancias. Las florerías de la madrugada
que después se morirán cerradas, los muebles vacíos y los vasos en proceso de
cicatrización.
Enamorados mendigos de soledad y de sombra. Mañana habrá que
responder en el juzgado de las horas al juez del ocaso y la tristeza que
implican la alegría y el amanecer.
Enamorados mendigos, habrá que acostumbrarse a tener asco; a
tener sueño; a tener pereza de palabras…