Desmemoría [Frag.]


Con la diestra te quitaste una zapatilla y la sostuviste en lo alto, en señal de guerra. Con la siniestra cogiste uno a uno los clavos hasta formar una fila en tus labios. Empezaste a clavar en mi sien y yo, eufórico, te gritaba: “¡Taconéyele preciosa, taconéyele!”. Una lágrima de ternura negra serpenteaba en tus mejillas. Arrojaste tu ya descascarada zapatilla y te fuiste corriendo por el patio sin dejar de sollozar, cojeando chistosamente, hasta que te quitaste la otra, te diste la vuelta y me la arrojaste con mala puntería. Aparecí en la habitación con un vaso de líquido rosado y traslúcido entre una mano y con la otra apagando un cigarro en el cenicero artesanal, recuerdo de tu último viaje a no sé dónde. Tú mirabas las luces de la ciudad sentada en la ventana, con tu largo vestido estirado delineando tu cuerpo de sirena, imagen tuya que siempre me provoca un no sé qué entre mi estómago y mi pecho colgándose hasta más abajo. Quise ir hacia ti para que mis manos recordaran tu jardín de musgo y luna pero mi boca empezó a cantar pausadamente: “Mis labios están muertos, ya no responden sus nervios, ya no distinguen lo que hay de lumbre, lo que hay de piedra, lo que hay de miel, lo que hay de amor, lo que hay de sexo...” Hiciste una señal de adiós y te dejaste caer por la ventana al otro lado. Me paré de un salto y aparecí en el consultorio de uno de esos curanderos del alma que le cobran a uno por oír sus confidencias. Tú le contabas nuestra penúltima discusión y yo miraba cómo te ponías y quitabas automáticamente el anillo de janzeideia verde, recuerdo de mi último viaje a no sé dónde. El fulano pidió mi versión de los hechos y yo me puse a bailar jocó etzé sobre su escritorio. Él se paró asustado y tú, cubriéndote el rostro con las manos, no dejabas de gritar: “¡Lo ve doctor, está loco, está loco! ¡Lo ve doctor, está loco, está loco!”.

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