Meteorolábil

Esta ciudad quisiera comerme,

escupirme a los peces que habitan su lodo sanguíneo.
Esta ciudad quisiera quebrarme las piernas,

arrumbarme en el mar paralítico de su sombra.
Esta ciudad quisiera matarme,

matarme con ella después de estallar en la música de su anemia

y de cazar otras vigilias en los carnavales de su lengua.


En los intersticios perduran los ruidos sin nombre,

como un manicomio falsificado en las paredes,

cercano al testimonio de un astro palpitando en un microscopio.


Esta ciudad me persigue,

incluso cuando estoy encerrado;

cuando despierto en otros lados;

cuando soy polvo,

como un juguete en su mano;

cuando soy mascota del insomnio,

lluvia detenida en los parques,

cólico en el jardín salvaje de su vientre;

cuando soy el animal pequeño

que sonríe adentro de la jaula posterior de su tristeza;

en la noche vespertina;

en la tarde matutina;

cuando reviven los alacranes;

cuando las máquinas respiran;

cuando las nubes quieren carne;

cuando los huesos son espinas;

cuando los árboles se autoflagelan;

cuando las escaleras me deliran;

cuando Dios me pide droga,

cuando ladra,

en las flores que mutila,

en las jeringas que regala,

cuando enviuda bajo las regaderas.


Laboratorio de tendones y vértebras de ceniza.
Sus dedos no llegan,

sus uñas no me alcanzan;

pero quisiera comerme,

quebrarme las piernas,

matarme con ella;

porque soy veneno,

soy hiel,

soy cáncer;

soy su rabia,

su melancolía.