MI PEQUEÑO CAÍN

Desde niño conoces la libertad. Los tonos lúbricos de la soledad y el sonido magnánimo del mar te ubicaban en una dimensión insólita del espectro silvestre.

La introspección te apartaba sutilmente de todo universo preconcebido y podías intuir tu distanciamiento de todos. Como en un poliedro sonoro, ahí maduraron los cromos altivos de la distinción.

Conociste, también, el sufrimiento; ese abatimiento anímico que se fermenta en silencio hasta volverse tedio y melancolía.

¡Bastó la estupidez de los adultos para que tus lágrimas de niño se volvieran rencor adolescente!

Mi pequeño Caín, puedo sentir cómo creces proyectado por las luces amargas que irradia mi ego. Puedo ver cómo te incorporas para elevarte y volverte la exhalación de mi sombra.