Decembro

 
Enero mira hacia el horizonte desde una orilla de esa azotea vuelta una terraza confortable y propicia. Su mirada impoluta parecería velar conflagraciones sesudas y arbotantes. Febrero dibuja oblicuamente ese rostro, lo revierte compenetrado en la potestad del confín. Enreda una secuela de líneas apuradas precisando el perfil sin omitir el ceño disperso que acaso elucubra insaturados conceptos. La verdad es que Enero piensa en que olvidó descolgar sus sábanas: las olvidó tendidas en casa por andar alistándose para fiestas. Si a inicio de año las lavaba en jueves, poco a poco fue cambiando el día para adaptarse a otras rutinas. Sorbe frescor de su copa y presiente el frío que sentirá al subir de noche a su propia azotea para descolgarlas y tenderlas inmediatamente en su cama rociadas de invierno, por haber elegido el sol. Solo dispone de un juego, para qué tantas. Un avión levita a lo lejos. Febrero no interrumpe sus trazos al escuchar tras de sí la voz conurbada de Marzo y percibir el hálito fraterno detrás de sus lóbulos.

    —A qué juegas, Febrero. Qué estás dibujando… Ah, un retrato. ¿Puedes hacer uno mío también? Aquí, ante ese cielo… —Y Marzo se aparta para hacer una pose de muñeco extático—. ¿Puedes dibujarme como si fuera un árbol? A que sí… —Extiende los brazos como atrayendo pájaros.
    —¿Un árbol! ¡Un árbol con rostro de Marzo? ¿Qué clase de árbol eres?
    —El viejo árbol —irrumpe Abril saludando así. Extiende un brazo para abarcar el hombro de Febrero mientras mira fijamente a Marzo posar con los brazos extendidos también pero abrazando el vacío, justo como un árbol que mutó las hojas y se escurrió el hielo—. El árbol renacido…
    —Aprilo, querida, dónde has estado. —Recibe un beso frontal sin desenredarse los brazos, haciéndolo duradero, y solo entonces deja Febrero de rayar su libreta para guardarla en la bolsa trasera mientras se va uniendo un Enero risueño, con bocanadas de sol, para enredarse también y dejar a Abril en medio, apretujada de brazos.
    —Abril, qué horas son estas…
    —¡No se quiten! —Marzo saca el teléfono y menea un solo dedo capturando ese abrazo espontáneo que representa un segmento del lazo infinito de quienes se quieren tanto pero que rara vez se dejan hilar tan rotundos. Y se abraza Mayo, y llega Junio. Julio le quita el teléfono a Marzo y le indica que se arrime al nudo.
    —Pero, ¿y tú?… —Ah, pero si Julio está colocando el aparato para activar el temporizador y disparar en automático y él también pueda ser parte del abrazo.
    —Vaya cofradía de solitarios… —Agosto, Septiembre y Octubre hacen corro mirando ya con ganas de ir a ser parte de la foto, sin percatarse ninguno de cómo revolotean libélulas.
    —Vamo… —dice alguno mientras van dejando los vasos sobre las mesas.
    A un lado, en la barra, Noviembre olisquea unas viandas y sigue con la mirada cómo se van amontonando todos, esperando el instante de ser convocado. Tiene hambre, mientras tanto,  y se pregunta dónde está el anfitrión:
    —Cómo es que no ha asomado Diciembre, no podemos comenzar sin él. —No le resulta correcto servirse un bocado si el convidante no descubre primero los platos, como si Diciembre se fijara en eso. Tan prolijo siempre, nada más dejó la puerta abierta y todo dispuesto para que cada quien fuera pasando como llegara pero él no ha ni saludado.
    —Ese anfitrión, alguna otra prodigalidad estará pergeñando, ¿no?
    —¡Hey, Noviembre! ¡Únete al calendario!…
Risas, apretujones…
    —Bueno, ¿y Diciembre! Por qué no aparece…
    —Venga, sonrían, nadie serio… ¡Vaya constelación de solitarios! ¡Hey, no salgo!… Más lejos… 1, 2… ¡Digan “clik”!


 

VIDEO: Rodrigo Leão, "Friend of a Friend", feat. Michelle Gurevich, A Estranha Beleza da Vida, BMG, Lisboa, 2021.

IMAGEN: "Fantasmatas en la terraza", La Álamos, Méshico-Teknochtitlan, diciembre de 2021.