Iunio
Un sonido acuescente dormita el día que amaneció de tarde, sin manchas de sol ni cantares de pájaro. Más que aguardar la canícula, comprender que todo se ha trastocado y que habrá de buscarse nuevos nombres para el tiempo. Junio lo presiente. En pase y en paz.
Pero, ¿no era Junio quien abría la mano y el sol comenzaba a danzar, como un pellizco? Su luz traspasaba los vidrios y hacía bullir cromática el ansia. ¿No era junio quien señalaba el cuadrante solar para arrancarse los velos nublados y encenderse? Los ciclos se cerraban —se reabrían— para hacer un plan e irse, sin pendientes. Vaguedad de Junio, su ambigüedad de siempre.
—Qué mensaje indescifrable ha traído la mañana pluvial —pregunta Junio a los ventanales—. Esta mañana que parece víspera. Junio adolece sus flujos resonantes y ahora se presiente minúsculo y sin músculo. Se deja de estar joven, no más, y la lluvia duele como huele y calma.
Mirar la ventana. Deambular entre estancias… Cómo recogerse. Dónde aposentarse… Cambiar de hoja, cambiar de libro, volver a la cama a mitad del día y no saber por qué… Ninguno de esos sortilegios minúsculos funcionan para conjurar este desasosiego ignoto, imprevisto. Junio lo resiente silente y sin lente, con su vaguedad de siempre..
¿Algún día habrá sol otra vez? Ahora no, ni al abrir la mano ni al voltear a ver el gnomon plasmar su sombra errante. Ahora no hay sol sino lluvia, precipitada, sonora y a deshora, como cuando amanecía lloviendo y se pasaban así los días hasta desbordarse el agua muy encima de los pies haciendo flotar los enseres… Pero a esa vida la inundó el diluvio. Ahora Junio ha dejado de ser y ha comenzado a estar, no más, y no resiste el aire —delicuescente, susceptible, vulnerable—. Junio lo resiente. En pase y en paz. Resiliente.