Contra el amor [2]

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Lo recuerdo porque en el afecto de aquellas máximas de educación sexual –¿o sentimental?– afloraba el sentido de la libertad y la responsabilidad con cada cual. Sentido proveniente de la sabiduría octogenaria de quienes más amé y de quienes verdaderamente sentí su amor libre, sin restricciones ni descalabros, y de cuyos amores recíprocos era yo el único fruto sobreviviente.
    Lo recuerdo porque en el libertinaje supuesto de estos cuerpos desnudos y extasiados que somos ahora aflora en mi interior el reconocimiento –en tanto tiempo– de lo que amo en esta mujer; de cuánto la amo con la carne y la intuición de una especie de cariño y gratitud al sospechar que ha estado con alguien más pero que me ha buscado y recibido como si la procreación del mundo dependiera exclusivamente de nuestro placer mutuo. Esa suspicacia en otro contexto habría prorrumpido mórbida y opresora, pero en mí se despliega como una curiosidad auténtica, empática e intersubjetiva, a la vez que como una indiscreción lasciva, como una disposición de trascender en libertad plena –mucho más allá de una consigna o de cualquier metafísica de las costumbres– imbricada en esa pulsión química y corpórea que tanto me inquieta.
    Carezco del léxico y de los paradigmas precisos para decir lo que quisiera decir, como lo quiero decir. No aprendimos a comunicarnos y entre nosotros la más sincera curiosidad puede sonar a desconfianza o a inquisición. Supongo que aquello se aprende, así como lo otro se puede desaprender.

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