Ritual resaca



Recubiertos de hojarasca y tierra, mis crooners y yo interrumpíamos la mañana con trizas de borrasca en formas de canción.
    Imagínanos así, con ese vestuario estrambótico, en las aristas de una dramaturgia ritual.
    La destilación de la luz parecía ablandar el cristal claroscuro de los vasos, pupilas lubricadas con milésimas de miríadas minúsculas.
    Imagínanos allí, en la escena boscosa de la resaca.
    Era esa dimensión de tránsito y paz que podría entenderse como la estética o el orgasmo: allanar la orilla del alba, donde uno pudiera olvidar la palabra heredada, escuchar otros nombres, como una vez primera, y encontrar el sentido que rompa las nomenclaturas subutilizadas o lívidas.
    La decadencia de la víspera y el mundo que se renueva, que renace en sus códigos y significaciones.
   Era esa cronotopia de bordes protuberantes y suaves, de iluminaciones y sombras que se engrosan, se lamen, se huelen, se ven, se oyen y palpan.
    Es ese entonces, cuando uno parece encontrar en la sobriedad lo que busca en la embriaguez.
    La resaca ritual que desemboca en la carne, la nostredad y el mundo que se suspende.
    Imagínanos y agréganos a tu mente, cubiertos de hojarasca y figuraciones.
    Imagínanos y ámanos, entonces. 




Imagen: "Tragos de luz". 
Botellas y vasos de vidrio soplado, vasos de barro y de vegetales, mezcal, madera, plato, hojas, sol y bordado. 
Lago de Pátzcuaro, Anáhuac, 2018.