S o l ĭ t ā t i s / F r á g i l
‘Un cristal es tan frágil que
hasta puede cortarnos las venas’. ¿Te
acuerdas?
Quizá sea yo quien ya no quepa, en esta vecindad amontonada de
amoríos improbables, medusas ilusas y quimeras. Tal vez por ello
siempre quise pretender vivir en otro planeta. Pero me he quedado
deambulando bajo los árboles -camaradas enhiestos y descomunales
capaces de permanecer “en un mismo lugar, bajo una misma piel y en
la misma ceremonia”-. ¿Soy yo el cristal o son mías las venas?
“Por qué proceden así cuando
parecieran tener lo suficiente para una dicha plena”, me
preguntaba alguien, como si yo supiera. “Bueno, porque a veces la
soledad es inmensa”. La s o l e d a d, esa “carencia voluntaria o
involuntaria de compañía” que propende desde órbitas lejanas,
insospechadas, como un susurro de las esferas; esa “melancolía y
pesar por la ausencia”, más allá de aquí
y mucho antes de ahora.
Carencia de qué o ausencia de quién. De intercomunicación, de
intersubjetividad, de una comunión verdadera, las cuales a veces
solo se encuentran interespecíficamente -como entre los árboles-,
lejos de cualquiera. ¿Egocentrismo o entelequia? Un impulso
impreciso y umbrátil, indescifrable, que compete al malestar del yo
y su vínculo con el orbe.
Intelección de sí. El designio de haber sido mónada y
multiplicarse; fragmentarse y adolecer los restos dispersos,
faltantes. La desazón de no perpetuar el instante de la carne, ese
estrato de carne que se vulnera; esa inmanencia que vuelve a
anudarse, esa disipación del lenguaje, la condición de orfandad,
esa peculiar extrañeza que se revela, larga noche que se llama I m p r e s e n c i a.
Ay, amiga de nadie. Un cristal es
tan frágil, ¿recuerdas? Ayúdame a errar solo, otra vez, bajo la
inmensidad destellante. A demorar la propulsión de mis venas.
Ayúdame a ser amigo de nadie. Ayúdame a ser.
Imagen: De la serie Nochesuras sin título, lápiz sobre papel, 2011 (ca.)