Comunión
Para el
colectivo espontáneo de “anarquistas cursis”
“Exiliado en dos lugares al mismo
tiempo.”
“Huéspedes de
la incomprensión o de la indiferencia.”
FERNANDO PESSOA,
sobre Mário de Sá-Carneiro
“Celebremos
la luz”, nos dijo a orillas del sol. Gravitando alrededor suyo, esa expresión debía
vibrar mayúscula, abarcadora de todo lo que pudiéramos disponer para estar allí,
con él, salvajes y tiernos.
Su morada nuevamente ha de hallarse sola hoy. Nosotros nos fuimos al
segundo anochecer, tras la irrupción escandalosa, sin querer, cuando él ya no
nos disuadió.
Perturbamos la meditación y enturbiamos la transparencia de su estancia,
donde se aísla cada noche desmoronado por la imposibilidad de enunciar el mundo
con belleza y precisión.
Parecíamos hambrientos. Consumimos sus pertrechos, sus billetes
dignos y su reconvención de bardo clandestino. Queríamos todo lo que nos
pudiera dar; probar todo lo que él suele probar un día cualquiera, sin pretender
un lucimiento insólito, como una forma de comunión.
“Pero solo soy un ángel tan ansioso por vivir”, tarareaba cuando
alguien preguntaba “qué quieren escuchar”, como un mensaje desde cierta proximidad
interior.
Finalmente vinimos con él y nos admitió sin mayores cautelas.
Estábamos allí, con nuestros egos tartamudos asediando el suyo siempre en
expansión; tan opacos a su lado, pero con tanta sensualidad y camaradería que
pudimos habernos desnudado y sumergirnos en la lumbre si lo hubiera aclamado.
Queríamos verlo desnudo a él. Desnudados sus preceptos. Desnudado de su
severidad al sancionarnos aprendices de tributos trillados.
Estábamos hambrientos de sus cosas como él de nuestro alborozo
torpe. No creíamos que se pusiera a danzar alrededor del fuego, ni a besarnos. Solo
aguardábamos sus digresiones obtusas e hiperbólicas –las cuales omitió, no
obstante consagrar el sol.
Supongo que ahora la oquedad vuelve a dominar ese espacio. Lo
imagino contemplando su vastedad minimal, con sus ojos hermosos y lánguidos. Percibiendo
la lluvia envolver cada piélago –cada lago de piel–; una lluvia que ocurre a
destiempo, como el perro que retorna súbitamente y salpica a todos con la
alegría animal del encuentro. Lo presiento alerta a los resquicios que rezuman
su caudal de fragancias, innominables pero certeros, absolutos, pasajeros.
Escucha agudamente los sonidos que se extienden lineales pero simultáneos. El
silencio como página y los ruidos como puntos minúsculos, polícromos y
multiformes. Adorando el líquido caliente al escanciarlo y reconfortarle las
manos, el rostro, la faringe, el intelecto. Su mirada responde a la ventana mansamente,
como un jaguar domesticado; se escucha algo, voltea a ver y se vuelve para
lamerse. Imagino el juego de sus manos, anotando y tachando lo escrito hasta asentar
simplemente que la casa está sola otra vez. Que celebremos el sol. Que vivir es
complacer la fiesta de los sentidos. Que “quisiera ser gitano y caminar la
tierra”. O descender… ínfimos… infinitos.
[Con
versos incidentales de Arturo Meza.]
Imagen: "A vos te hablan". De la exposición Óscar Masotta. La teoría como acción, MUAC, Méshico, 2017.