Perpetuar las luciérnagas




 

La chica de la gasolinera dispone de diecisiete maneras de perpetuar las luciérnagas que titilan en sus ojos. Tararea una canción y la noche precoz se anticipa a olisquear entre sus piernas; el combustóleo sanguíneo emana entre la tela olivácea; haría de sus células una explosión pirotécnica de alucinante belleza. Usa una moneda para conjurar cada espera: la pone en la palma de una mano y con la otra la cubre y la descubre hasta advertir bajo de ella las líneas entrecortadas. El cirrus de la carretera y el declive del sol se tienden en la pradera de flores coquetas. Hay una fisura donde el aroma vital se compenetra con diecisiete maneras de perpetuar las luciérnagas aun sin trasfondos. “La lala la lala la lala lala lalá”.


     El chico de la motocicleta hace bramar su motor, como si el resto del planeta quisiera escuchar su resuello estentóreo. Se quita las gafas intoxicado de sinestesias.  Puede advertir el olor de la noche cuando se acerca, fluye en los oleoductos venosos de gasolinera corpórea como si fueran pabilos para inflamar con la lengua. Pone una moneda en la palma de la chica y advierte unas líneas marcadas que parecen encenderse. Mientras tanto, a cada segundo, ha escuchado tararear la canción sin precisar cuál es. El dístor de la carretera y el revérber del sol suenan con interferencia cuando aparca algún tráiler. “La lala la lala la lala la lalá”.


     La chica de la gasolinera ha transcrito la canción, con la única moneda que le puso en la mano. Dijo: “Cuando la leas, vuelve a la estación y te diré cuál de estas líneas corresponde al amor”. Con tantas maneras de perpetuar las luciérnagas, no siempre se acierta a esplender la adecuada, y el chico de la moto arrancó simplemente. “La lala la lala la lala la lalá”.


     Atraviesa praderas como si fuera al galope. Los cirros se hienden en formas obscenas. El resquemor de las células lo invocan obsesas, perturban su persecución de videoclip analógico. Cómo fue que titilaban luciérnagas si el sol carburaba en las venas. La canción fue un convite. La velocidad es un envite. “Volveré, piromántico, para encender su resplandor quiromántico”.


La chica de la gasolinera tapa y destapa una moneda; puede ver en su mano cómo la línea de la vida interrumpe las otras. Cree oír una sirena. Siente una desazón, pasajera, como una ventisca repentina. La noche prematura olisquea. Ella tararea su canción. “La lala la lala la lala lala lalá”. Titilan luciérnagas.

Imagen: "La marca del fuego", de Yves Klein, Muac, Méshico, 2017. Fotografía digital