El que habita los caleidoscopios II


Mientras que los juguetes asisten a las pesadillas,
un llanto celeste es el murmullo de la noche.
Moja como un sonido que viene desde lejos.
Moja por dentro y no por fuera.
Dádelos sabe que es el cómplice,
el receptáculo y el usuario único.
Dádelos sabe usar los párpados.
Todo parece estar en una caja.
Todo parece un instantaneal onírico
transcurriendo en un cubo transparente
en medio de la oscuridad eterna.
No se puede negar que existe,
ese nunca ha sido el problema,
el problema es para qué existe.
Todo reducido a instantes,
sin embargo,
recupera la función de juego.
Instantes fabulosos,
realidades efímeras
que se desvanecen para no ser impuestas.
La bruma púrpura que se levanta
es una parvada endémica de flora y fauna.
Hay algo de las manos tristes,
los ojos tristes,
los pasos tristes
como el plumaje suelto de un cometa.
Una porción cilíndrica y minúscula
se quema entre labios casinegros.
Lo demás es calma,
pasaje lento sin clepsidra ni medidas referentes.
Dádelos se mueve entre flores de vidrio que no se ven dos veces.
Se siente en un suspiro largo que humedece los cristales.
Sabe usar los párpados y reconocerse brote.
No hay encierro.
No lo encierran las paredes.
Sus instantes creados tienen el don de no ser finitos aunque expiren.
Dádelos se corresponde con todos los elementos de su empíreo.
Todo es correspondencia e imagen única en fragmentos.
La magia óptica es un soplo que hace etéreo baile,
la oscura luz del universo con viajeros impalpables y coalescentes.
                ¿A dónde van las voces?
La temperatura ahumal hace que todo flote,
griscificado con aromas de un incienso no habitado.
El piso es una membrana de brillos hondoscuros.
Y todo es soplo,
con transportaciones livianas,
litificadas casi…

08‘98
Imagen: "Litos". Cañada de la Virgen, San Miguel de Allende, Oanajuato, Méshico, 2016