Des mayo
Acaso ahora pueda mirar entre los intersticios luminosos del
verde: Allí está él, misterioso como siempre; frunce el ceño, carraspea, tose y
su voz abarca todo el silencio. Allá está ella, afanosa como siempre;
obsesionada con la limpidez –incluso la de ese paraíso que se volvió desconsuelo–. Allí se vivifica ese
universo. Las palmeras. El rumor del mar. Las cazuelejas. El aroma del pan.
Cómo habría podido saber que ese niño, ahora, sería un fantasma.
Lo retrataban con el brillo del sol y la ropa blanca. Le obsequiaban con caballos
si se concentraba en multiplicar y le procuraban cuadernos para dibujarlos. ¿Era
abundancia o solo felicidad?
Cómo fue que todo se tornó recuerdo. Cómo fue que todo se volvió
aborrecible y funesto. Cómo fue que todos se disgregaron para hallar la soledad.
Quisiera elucidar ese lapso vital pero un pensamiento lo entorpece
y se vuelve una canción que se va.
Él yace allí, derrumbado en la hamaca. Ella no deja de desplazarse,
desvariando por tenerlo todo limpio y afanando por poseer lo que buscó siempre.
Ni los caballos, ni los cuadernos, ni sus dibujos llegan por sí solos.
Hay que descubrirlos, derrelictos, en el delirio, en la tempestad.
Quiero morir en el mar, acariciando un caballo o dibujándolo. No
más.
Imagen: "Pegasso cadáver", detalle de "Metáfora estival", tinta mixta sobre papel, 20x28 cm.,1997, con intervención digital de 2016.