Hospital enfermo


El hospital está enfermo.

Nociva se fue con la niña de cromo a inyectarse en el cielo. Sus jeringas de plata y huesos se quedaron a habitar el florero de un funeral en espera. Nueve meses no son suficientes para un ferrocarril que pasa a las siete y mierda tras los cristales que laten frenéticos. Un vientre que ha dolido tanto se asemeja a la tela del mar o a la corteza de los basureros. La placenta y su oleaje se evaporan en la pupila del pájaro que arde.

Hospital enfermo.

El curandero del alma prescribió colgar el cerebro en el tendedero y apagar cualquier lámpara de inagotable aceite. Dijo que se deben extirpar los caballos que sobrepoblaron la infancia; que el espinero se ha vuelto una plaga y ya no es posible desbrozarlo; pero es necesario un intento, si no, la semilla plantada será infortunada. Hay que absorber el alcohol. El cerebro, dijo, parece ya un diablito dormido en un frasco de alcohol. A ella le sugirió que  se fuera, que un alacrán acecharía su sexo, que un alfiler no merece horadar ningún pétalo.

Nociva dejó un beso en la frente. Sus labios de gillette dibujaron un hilo de donde cayó el equilibrista que fracturó la frente de éste que hoy se amarra el zapato.

Hospital enfermo.

La luz siempre llega con actitud pendenciera. Qué tan artificial es su lumbre que quema las células. Cáncer de árbol seco; se expande y no hay ganas de hacer la tarea. Los ojos se sentían como un nido derretido de culebras.

Un incendio pequeño abre la puerta y deja un puñado de ceniza que enturbia el ombligo. Acaso el ombligo sea lo que más duela.

Hospital enfermo.


El hospital está enfermo.


Imagen: Digitalteración fotográfica de "Calaberitas", neomuralismo urbano y desautorizado firmado por Verok [¿?]. En la Camp-pedestre, allá por Revolución, México-Teknoxtitlan, 2015.