La música del circo y el cáncer de árbol seco




La música del circo provoca jardines en las zonas desérticas de la memoria. En cambio el despertador taladra la aurora con su fría advertencia: la insinuación estridente de la sentencia que espera en el cadalso a determinada hora del devenir personal.

Un simple sonido nos traslada o nos sujeta al alambre de la espiral; nos lleva de viaje o nos arroja al engranaje de los instantes.

El espantapájaros viejo resiste la intemperie sobre la alfombra de los ceniceros. El Hprkn se deshace ante la seductora alegoría climática. La mascota del párpado se vuelve una gota de trapecio caído. El medicamento es un nido maltrecho y el dolor de cabeza convive con látigos. La luz pendenciera revienta en las córneas del condenado y la música del circo instala un aroma de juguetes de antier.

Lluvia, la piel está cayendo; el cáncer de árbol seco se expande con tus manos de agujas.

Lluvia, el olor de tu espalda deja niños muertos atados a los nervios. 

Lluvia que no has reventado, este cáncer de árbol seco se restituye sobre tu suelo de floreros quebrados.