Oinotna, el árbol santo de los crecimientos



Y le dijo el Dador:

–No abandones la memoria de tus padres y ve al lugar que yo te indicaré. Escarba la tierra con tus manos y de tus manos brotará el jardín delicioso que alimentará a tus hijos y a los hijos de tus hijos y a toda tu semilla floreciendo al infinito. Haré de ti un gran hombre; el más humilde pero el más noble de los hombres; un hombre verdadero. Te bendeciré y por ti se bendecirán todos los ríos que escurran de los ojos que te miren y dejarán de ser estériles las manos que te toquen y dejarán de ser malditas las sombras que se alumbren con tu luz santificada. Te amaré y amarás por siempre a la mujer que amamantará tu soledad y con ella dormirás el sueño de tu muerte.

Y todo pareció un instante; sin embargo, esta bella orden le fue dada, como un susurro, hasta que cerró sus ojos, desde que sopló su frente.