Ciudad Esperpento
En un gran cenicero de concreto se pudren corazones de cartón. La Luna
es una roncha del cielo y el día una terrible sobredosis de sudor. La fauna de
las azoteas, con las uñas negras de tanto arañar la noche, sale en busca de
carne que lamer. El insomnio sirve vasos y esparce el humo mientras que la
angustia se trepa en los poemas hasta dormirse, justo al amanecer.
De noche hay nidos de niebla
que guardan cuchillos con ojos abiertos olfateando los pasos de alguna sombra
solitaria. Una que otra llaga ilumina el miedo provocando un claroscuro. En
alguna esquina el olor de los amantes se bifurca. Un dios viejo y limosnero ha
encontrado otro basurero dónde morir. Una hembra milenaria y de plumaje cósmico
va buscando otro florero para el parto. Putrefactos corazones de cartón,
algunos duermen, otros dinamitan sus sentidos.
Amanece y el frío recolecta
sus difuntos. Los latidos cambian de ritmo. La sangre ha recorrido otras
paredes. Surge una roncha mayor. El cenicero volatiliza el rostro de su trance y su aliento intoxica la andanza del
tiempo. En el aire espeso flotan los insectos de la resaca. Cada fragmento del
paisaje es un cuerpo sucio chupado por las moscas. Lengua mugrosa chupando más
allá de las entrañas. Mortandad de vidrios malparidos. Hervidero de gritos y
sollozos. La rabia o la tristeza, el hambre o el hastío, el insulto, el beso
malherido, las ganas de morir o las ganas de matar. Granos de pandemia.
Pandemónium.
Corazones de cartón
escurriendo el fango de sus venas en un gran cenicero de hormigón. Muñecos de
alma grotesca buscándose para la muerte...