Collage de larmes
Los crímenes florecieron nuevamente en la acritud de tus ojos, en la escaración de tu voz y en la oclusión final de tus dedos.
Crímenes sólitos y crímenes pequeños. Crímenes que se esparcen en la caliginie de tu rostro.
Dónde caerán sus despojos. Dónde.
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Llorar la hermosa vida. Llorar la fruta mordida que se pudrió. Llorar la alegría que ya no tenemos. Llorar la amargura que nos impele. Llorar el silencio grávido de humedades. Llorar los dones perdidos. La fraternidad dolorida; la padrectomía y la vastedad de otra ausencia. Llorar.
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“Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia; ojalá yo hubiera nacido muerto.”
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Floreció mi silencio y fructificó mi dolor, pero ahora preciso golpear mi cabeza contra el suelo. Se escurre mi miasma en recovecos obtusos –versos– y me siento cansado de ello, de ser el Sísifo de lágrimas que no fluyen.
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“Y, sin embargo, fue mucho haber amado, haber sido feliz.”
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Ahora preciso golpear mi cabeza contra el suelo. Morir en un accidente a 300 000 dolores por hora, a 10 000 pies de amargura, a una lágrima de ser.
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“Sólo una cosa no hay. Es el olvido.”
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Llorar la hermosa vida. Llorar las frutas que se pudrieron y no pudimos morder. Llorar la gravidez húmeda de la poesía. Llorar, a lágrima lenta.
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“Ojalá yo hubiera nacido muerto.”