El placer del texto
Para una que lee,
de uno que escribe.
de uno que escribe.
Cómo no recordar ese opúsculo espléndido de Roland Barthes, El placer del texto, mediante el cual vuelve a ser un buen promotor de las rupturas; por exaltar el gozo, el arrobamiento cercano al delirio estético -tanto del lector como del autor- que sólo se genera con las obras prohibidas, apartadas por la razón y el instrumento de los convencionalismos.
Para Barthes la escritura es la “ficción de un individuo que abolirá en sí mismo las barreras, las clases, las exclusiones, no por sincretismo sino por simple desembarazo de ese viejo espectro: la contradicción lógica”.
Para Barthes la escritura es la “ficción de un individuo que abolirá en sí mismo las barreras, las clases, las exclusiones, no por sincretismo sino por simple desembarazo de ese viejo espectro: la contradicción lógica”.
El escritor es “la abyección de nuestra sociedad” –como en su momento consideró Platón a los poetas–, condenado al ostracismo en donde será acompañado por el lector, su interlocutor, cómplice de pravedades en una “Babel feliz”.
El placer de leer o escribir deriva de rupturas o choques. Pero no es la ruptura como tal lo placentero, sino la fisura marcada.
El placer de leer o escribir deriva de rupturas o choques. Pero no es la ruptura como tal lo placentero, sino la fisura marcada.
Existen dos límites, dice Barthes: el de la cultura y el de su desmoronamiento; es decir, el de la reproducción del lenguaje y el de su destrucción; pero ninguno de ellos hacen prevalecer por sí mismos la fuerza oscura del deleite, sino la fractura entre uno y otro, ese “espacio raro del lenguaje” que no permite dialogar sino que aísla, que manifiesta “la naturaleza asocial del placer”.
No obstante, también puede haber una distinción entre textos de placer y textos de goce.
No obstante, también puede haber una distinción entre textos de placer y textos de goce.
Entre el goce y el placer corre una condición paralela que les impide imbricarse. Mientras que el placer puede enunciarse, el goce es inefable. Quienes escriben y leen por placer se restringen al alfabeto, quienes escriben y leen como goce arrostran lo imposible, el texto libre de comentarios especializados y tangibles.
Quizá el ensayo de Barthes es un ejemplo de sí mismo; una contorsión narcisista que se ofrece al vouyeur que lee, pero también que conduce al umbral de lo insostenible, a la grieta entre lo legible y lo ininteligible, una obra de goce. ¿”Una introducción a aquello que no se escribirá jamás”?