Debajo de la cama

En el cuarto de juegos de un internado para dementes, un hombre sopla un rehilete. Un ángel desciende del techo con una escoba en las manos, quizá para barrer el alma, quizá para ensuciar la carne. Una iguana lame el vaso de peltre oxidado sin presentir que se intoxicará. En el excusado seguramente desemboca el mar, se oye.

Podemos pasarnos el resto de la vida asomados a la ventana, mirando el baile de las cosas y preguntándonos si es cierto; preguntándonos si así es como debe transcurrir el baile.
Podemos pasarnos las noches y los días debajo de la cama jugando con alguno de nuestros zapatos –si acaso tenemos– y preguntarnos si en verdad existe la locura…


Sopla y sigue soplando.

Si alguien se arrancara los ojos para poder verlos, sus dedos le dirían idiota. Sin embargo, cómo supo el primer habitante sediento que debía probar el agua. ¿Instinto? [...] Aún queda gente imbécil que necesita engañarse con saber "la hora". Miseria. ¿Cabremos en la panza de los gusanos?

Las nubes están rojas. Un violín se desahoga bajo el árbol de los insomnios. El hombre sopla su rehilete. La iguana se convulsiona antes de encontrar refugio. Un pez con forma de ojo, o un ojo pisciforme, recorre la penumbra. Las pinturas se diluyen formando un arroyo de quimeras. La existencia, anquilosada y batida de peldaños desmoronados, ha sufrido un malparto; la rodean filósofos y poetas, la adolecen.

¡¿Qué pasa, le han salido alas al camastro?!

En fin, podemos pasarnos el resto de la vida asomados en la ventana, mirando el baile de las cosas y preguntándonos si es cierto. Podemos pasarnos las noches y los días debajo de la cama jugando con nuestros espantos y preguntarnos: ¿en verdad existe la locura?