Contra la racionalidad del capitalismo

Sin morbo ni indiscreción, les presento una especie de carta póstuma que un suicida -mártir de nuestros días- traía entre los dedos antes de impactarse contra el suelo; la cual se quedó flotando, como un avioncito de papel sin gasolina, en medio de la turbación subsecuente. No sé si tenía algún destinatario, pero quizá logre resonar en una parte de la humanidad. Seguramente es un texto inconcluso, o incompleto, pero no carente de valor:

Ésta "sórdida necesidad de trabajar para otro", como ha dicho Óscar
Wilde, sin mayor beneficio que el de mantenerse ocupado para no planear
dinamitar el cuerpo; la alegría momentánea y enfermiza de la adquisición, la
posesión de bienes para no poder alzar el vuelo, la acumulación o, en el mejor
de los casos, el despilfarre; no es la vida. No es la ‘seguridad’.
No se estudia ni se deja de estudiar para eso. Una sonrisa tiene otro lugar de
procedencia. Una lágrima, incluso, encuentra en otro sitio su hermosura. Si el
viento no es un ser animado, si un crepúsculo no es necesario, entonces me
resignaré a callar y a nunca más guardar silencio (porque guardar silencio no es
callarse). Si una tarde no es bastante, con canciones queridas, vino y pan; si
una apetencia sutil no es demasiado, entonces lapidaré la belleza y vestiré el
uniforme, aplaudiré con la muchedumbre alrededor de los patíbulos y señalaré la
locura de quien no merezca subvertirse en paz. Dejaré que me consuman, abriré la
puerta al conquistador de ideologías y arrojaré mi guitarra a la hoguera de los
libros prohibidos. Ah, si bastara ser feliz. Si bastaran las aves, el amor de
quien nos ame, el sabor de las frutas, el descanso, los esfuerzos, si bastara la
mesa, un deseo, todo... Si nos bastara ser felices, entonces tendríamos derecho
a ser felices. Si procuráramos enseñarle a nuestros hijos las cosas sencillas,
dejarlos caminar descalzos, estar a gusto con el frío, con el calor, con la
lluvia, con el aire, con las nubes, con el polvo, a gozar el gol y a no sufrir
por quien gane...