Me invita a bailar vestida de púrpura
como la llovizna que acude a conciertos de piedra.
Me deja palpar sus murmullos de pulpa
después de drogarnos con peces de tierra.
En sus párpados se dan
melancolías de leche,
pálpebras que me dejan
cuando se aleja
a buscar un silencio escarlata.