MANIFIESTO


El sueño se escurre en nuestras manos, como una nube que se incorpora al azul telescópico. Nuestras pupilas son un parque drogado, con niños que se despiden para siempre de sus hermanos. La tarde es una casa sin puertas, una uña enterrada en el pie, una cucharada de piedras. La calle es una cocina desierta, sin ruidos vegetales ni pluricultivos con miel... Llegamos a esta hora, como ángeles desencantados de sus alas. Llegamos a este universo, para descubrir que hemos vivido encerrados en una caja de zapatos. Cuestionan nuestras palabras, las acusan de ininteligibles –¡nunca habían visto un laboratorio de secreciones latiendo en un pétalo!–. Cuestionan nuestros paraísos artificiales, los acusan de vertederos maniáticos de evasión y contagio. Cuestionan nuestra forma de amor sin lemas de amor, la acusan de desamor o de odio, de rigorismo fatalista o huída del tedio, de trauma; seguramente lo único que han conocido son telenovelas con ronchas en el cerebro y corbatas teñidas de leche sanguínea, excrementito de dulcería, sin responsabilidades reales. ¿Renunciarían a ello? Nosotros, los abajo firmantes, desde este momento, en grandilocuente y arrogante uso de nuestras facultades mentales, hemos renunciado a reproducir sus cadenas alimenticias, sus canales de transmisión obsoletos, sus elucubraciones asintomáticas, sus dos cucharaditas de azúcar y sus cesáreas mentales. Hemos renunciado a reproducir sus reproducciones. Al menos lo hicimos retó-ricamente desde la adolescencia –esa condición maravillosa en que los demonios si no se domestican se alimentan–, ahora suponemos los medios para materializarlo. No queremos perpetuar sus paradigmas, ser caritas felices dentro de sus esquemas, ni caritas tristes afanándonos en esos falsos territorios. Sin embargo, tampoco hemos querido huir como pájaros ante los constructores de intemperies. Consideramos que ese derecho nos corresponde... Pero se debe hacer algo, este aire no es para nosotros. La ignorancia ocupa un sitio en el comedor. La cortedad siempre tiene un sitio en el portatraje del caballero o en el bolso de la dama. La cordura es una yugular con sangre anquilosada y la locura nada más un salpicadero. El ventanal sigue dejando entrar un rumor de creencias intolerantes e intolerables. Estamos hartos de eso, de tanta idiotez instituida en comerciales, en sobremesas, en las filas del cine o en las electorales, en las escuelas o al lado derecho de los padres. Es hora de irse al desierto (supongo que la representación de que en el desierto no hay vida sigue tan vigente como la de que mañana es viernes). Es hora de romper las vidrieras. Si es preciso renunciar a las jacarandas hay que hacerlo. Este cascarón no es para nosotros. (Caída lenta la de tantos dioses muertos.) Cómo podría ser un acto irresponsable...

Gilberto Antonio Zemog-Asonipse
Deonisio Venéreo
Antonio del Pensil
Acoallantli
Orgilia