Septembro

—“La invención de la soledad” es la imagen precisa para novelar esa aversión al padre fundada en las atracciones y repulsiones del espectro vital —llega a rumiar Septiembre a punto de abortar ese librillo y arrumbarlo bostezado por ahí, y no deja de pensar en el nuevo diagnóstico: —Dice que soy un “hombre tóxico”…¿No sería más exacto decir que fui un niño intoxicado? Ya me lo había insinuado Febrero: “Es el designio de los desprendimientos”… Los hijos nos revelan el amor a la vida, por ello la paternidad hace que se marquen dos líneas, imaginarias pero precisas, en ese espectro vital: la alegría eterna y la desdicha constante —Así pudo verlo un día.
    …Siempre hay alguien que quiere desaparecerte. Alguien que dice querer a quien tú quieres y a quien te quiere también. Prefiere que desaparezcas, para siempre, y después decirle: “Mira: nunca ha estado aquí; para qué lo buscas, por qué lo quieres”… Pero Septiembre ha reservado una estancia escondida en la eternidad, adonde llegar cuando se deslucen las horas. Esa estancia ha cabido en aquellos ojitos de color impreciso, y también enrollada en aquellos deditos de lagartija aferrados al dedo paterno. Y si su voz de susurro dibujó un gesto risueño en aquellas faces recién nacidas sería porque la eternidad estaba allí haciéndose un sitio. No hay una ruta para llegar, solo se accede por intuición, dejando que la intuición fluya.
    Recuerda que alguna vez observó a su propio bebé observar abstraída y fijamente sus propias manos; acaso imaginaba lo que es ser un pájaro. Qué era ser pájaro. Septiembre se advierte alejado constantemente, desplazado ante un gesto endeble pero violento del que no sale indemne. Desapariciones. Desplazamientos… Es alguien, siempre; alguien que obstruye esos canales por despecho o por celo, por envidia egoísta, por primitivo rencor. Toxicidades, al fin y al cabo. Pero Septiembre se reconforta sabiendo de un escondite dónde sobreponerse. Es reconfortante saber que hay un escondite donde sobreponerse. Pues a dónde es que van los desaparecidos, dónde se refugian los desplazados, a dónde es que llegan los ausentes.
    Septiembre había ido así al reencuentro —hace media vida ya—, buscando precisar aquel escondite. Removía los flecos con cariño y se prometió a sí mismo que no escatimaría en volver cada tanto. Se oían vociferaciones contando desapariciones más contundentes: 1, 2… 43. Ahora ha vuelto, revuelto. Y esas vociferaciones no han cesado porque aún no se sabe adónde fueron, dónde están: 4, 5, 6… el conteo es infinito, en realidad… Fue en la víspera cuando Septiembre estuvo la última vez, para irse, simulando un paseo —sabiendo que alguien querría desaparecerlo de ahí otra vez—. Ha pasado el tiempo y todo pareció concluido. Pero ha vuelto y está por volver a irse de nuevo. De dónde es que vuelven quienes desaparecen.
    Septiembre ahora se ve como parte de un grumo sólido que pende de un filamento,  pendular en el claroscuro del tiempo. Un filamento tan delicado y un grumo tan pesado que puede ser una situación frágil. Es así como ahora ve la paternidad: Una especie de mineral consistente y especial pendiendo de un hilo finísimo que basta un instante para romperse y resquebrajarse. Cuántas veces se ha roto ya. Cuántas veces se ha reventado ese hilo y la piedra ha caído. De aquella unidad ya solo quedan fragmentos. Así tenía que ser: No había antecedentes para permanecer completo. Solo deseemos que si el estrago es interior nada externo más terrible nos resquebraje, Septiembre. Que si alguien quiere desaparecerte, Septiembre, no sea con más terror que el infierno interior de quien creció entre ausentes, y solo sea por algún despecho irrisorio aunque persistente.
    Septiembre se va, Septiembre vuelve, pendular en la oscuridad intermitente. Sabe que allá escondido hay un hueco donde la eternidad cabe para que no acabe siempre.
    …Pero todo lo que pueda decirse o lo que pueda callarse será usado en contra… Ya está, no molesten.

   

Leonard Cohen, "Happens to the Heart", Thanks for the Dance, Columbia Records, 2019