Aprilo
“Abril está bajo la ropa”, solía decirle aquel amante. La invitaba a caminar en senderos donde los árboles parecían conversar con una. Acaso fue allí, charlando con árboles, donde ese amante se extravió y dejó de asomarse tras su godete de luminosidades… ¡Marzo, dónde estás?
Abril está frente a las hojas. Ha madurado bastante como para interceder ecuánime entre la añoranza de lo que ya nunca más ocurrió y el intervalo de escozores vanos que pellizcan el ovario de su pausa plelunar.
Abril siempre fue tan sabia —si savia es esa intuición que permite emerger indemne con lo que una piensa y siente antes de eludir las fatalidades minúsculas—. No confundía estatuto (de amante) con estabilidad (de amar), ni la estética (de la corporeidad) con la estática (de los cuerpos). Así decidió anteponer la libertad (de ser) y la liberación (de poseer); y así ha perseverado en su soledad hasta hallar la magia del acontecimiento, no obstante esa punción repentina del llamamiento estral, acaso mágica también.
Abril está sobre las hojas. Tanta blancura incita a irlas manchando ya. Moja la puntilla del pincel en una gota cetrina, murmullo y calor. Las tiñe de un amarillo acuoso, inducida por el caudal de tonos que restallan al mediodía de las paredes viejas donde el tiempo edita su postal de retentivas. Tinturas de agua sobre la superficie de algodón y el motivo intangible que procura acendrarse sin ningún trasunto mayor. ¿Es la representación de una tapia antigua o, más bien, la decoloración especular de irse derruyendo una también? Más que a las bardas de esas casas deslustradas, el amarillo representa el ansia de una carne que también ha conocido la vastedad del tiempo, con demasiadas pausas entre una ocasión y otra, sin embargo. Una carne a la cual también le hace falta remozarse; pero cómo, sin la saliva de alguien más…
Abril no está pensando en rebuscar la exactitud cromática, sino que se deja bruñir ella misma por el espectro áurico, donde solo es una mancha opaca adherida al amarillo sinestésico del éter corpóreo que vierte su propia epidermis diluida, y se figura qué era “estar bajo la ropa”. Entonces suspira, como exhalar un ansia que traspasa su sensualidad igual que el aire repentino cuando hace bailotear la calle un instante… Cuánto bien haría reencontrarse con algún amante y caminar, hasta enhebrarse y… después ya no se sabe. Pero no es nostalgia, ni siquiera un fantaseo; es un deseo sexual y nada más, un estímulo venéreo que hace propulsar la sangre erógena, y en qué pensar sino en la imposibilidad vivida.
Abril es savia, libre y solitaria. No solía arraigar ilusiones preestablecidas pero ahora hace falta un cuerpo que haga recordar el propio cuerpo… Los cuerpos, bajo la ropa; de eso se trata, sin ambigüedad. Porque una, además de ensimismada, es corpórea y el cuerpo impele a ser concupiscente.
Abril vuelve a mojar la pelambre —del pincel— como si fueran sus pestañas. Deja caer una gota en el papel y luego la esparce, como alguna lágrima que llegó a frotar en la mejilla de quien la movió a sollozar, de goce, ante esa fruición, hermosa y culminante, en la estancia eterna donde confluyen los amantes de todas las épocas… ah, porque el tiempo se suspende cuando el amor se hace carne.
Abril reconduce el mango erguido igual que al dedo cuando, niña, aprendía a descifrar las letras por la forma de su trazo en el papel. Moja la superficie blanca del papel pero también la tela blanca de su ropa interior. Moja la mecha del pincel y la mecha púbica que, al humedecerse, parece encender una maquinaria orgánica. Cuántos paisajes se sobreponen aquí y allá. Es tanta la interioridad que desea salir y ya no puede sino como el flujo de las nubes cuando se revientan de repente calentadas por el sol. Abril estalla bajo la ropa: ¿Marzo, dónde estás!
Abril deja absorberse. Acaso es el efecto gravitacional de las jacarandas. Acaso es la temporada de flores violáceas y frutas amarillas. O es el colofón de una vida rehuyendo de las compañías que se alargaban de más. No importa, en realidad; hay situaciones de mayor importancia, pero Abril simplemente está, resintiendo la oquedad que apetece complementarse… Solo puede penetrarla una estela, o un aroma, o un eco que retorna cromático y se asoma en la tersura del algodón y sabe a combustión anímica… imaginariamente.
Abril se sorprende ridícula y mejor cambia de hoja y pinta un cuerpo, sin más. Una mancha, de cuerpo y colores imprecisos, a la espera de suprimir el ardor o sublimar esa brisa que todo lo humedece y desordena por momentos.
…Abril está bajo la ropa, nada más.
Abril está frente a las hojas. Ha madurado bastante como para interceder ecuánime entre la añoranza de lo que ya nunca más ocurrió y el intervalo de escozores vanos que pellizcan el ovario de su pausa plelunar.
Abril siempre fue tan sabia —si savia es esa intuición que permite emerger indemne con lo que una piensa y siente antes de eludir las fatalidades minúsculas—. No confundía estatuto (de amante) con estabilidad (de amar), ni la estética (de la corporeidad) con la estática (de los cuerpos). Así decidió anteponer la libertad (de ser) y la liberación (de poseer); y así ha perseverado en su soledad hasta hallar la magia del acontecimiento, no obstante esa punción repentina del llamamiento estral, acaso mágica también.
Abril está sobre las hojas. Tanta blancura incita a irlas manchando ya. Moja la puntilla del pincel en una gota cetrina, murmullo y calor. Las tiñe de un amarillo acuoso, inducida por el caudal de tonos que restallan al mediodía de las paredes viejas donde el tiempo edita su postal de retentivas. Tinturas de agua sobre la superficie de algodón y el motivo intangible que procura acendrarse sin ningún trasunto mayor. ¿Es la representación de una tapia antigua o, más bien, la decoloración especular de irse derruyendo una también? Más que a las bardas de esas casas deslustradas, el amarillo representa el ansia de una carne que también ha conocido la vastedad del tiempo, con demasiadas pausas entre una ocasión y otra, sin embargo. Una carne a la cual también le hace falta remozarse; pero cómo, sin la saliva de alguien más…
Abril no está pensando en rebuscar la exactitud cromática, sino que se deja bruñir ella misma por el espectro áurico, donde solo es una mancha opaca adherida al amarillo sinestésico del éter corpóreo que vierte su propia epidermis diluida, y se figura qué era “estar bajo la ropa”. Entonces suspira, como exhalar un ansia que traspasa su sensualidad igual que el aire repentino cuando hace bailotear la calle un instante… Cuánto bien haría reencontrarse con algún amante y caminar, hasta enhebrarse y… después ya no se sabe. Pero no es nostalgia, ni siquiera un fantaseo; es un deseo sexual y nada más, un estímulo venéreo que hace propulsar la sangre erógena, y en qué pensar sino en la imposibilidad vivida.
Abril es savia, libre y solitaria. No solía arraigar ilusiones preestablecidas pero ahora hace falta un cuerpo que haga recordar el propio cuerpo… Los cuerpos, bajo la ropa; de eso se trata, sin ambigüedad. Porque una, además de ensimismada, es corpórea y el cuerpo impele a ser concupiscente.
Abril vuelve a mojar la pelambre —del pincel— como si fueran sus pestañas. Deja caer una gota en el papel y luego la esparce, como alguna lágrima que llegó a frotar en la mejilla de quien la movió a sollozar, de goce, ante esa fruición, hermosa y culminante, en la estancia eterna donde confluyen los amantes de todas las épocas… ah, porque el tiempo se suspende cuando el amor se hace carne.
Abril reconduce el mango erguido igual que al dedo cuando, niña, aprendía a descifrar las letras por la forma de su trazo en el papel. Moja la superficie blanca del papel pero también la tela blanca de su ropa interior. Moja la mecha del pincel y la mecha púbica que, al humedecerse, parece encender una maquinaria orgánica. Cuántos paisajes se sobreponen aquí y allá. Es tanta la interioridad que desea salir y ya no puede sino como el flujo de las nubes cuando se revientan de repente calentadas por el sol. Abril estalla bajo la ropa: ¿Marzo, dónde estás!
Abril deja absorberse. Acaso es el efecto gravitacional de las jacarandas. Acaso es la temporada de flores violáceas y frutas amarillas. O es el colofón de una vida rehuyendo de las compañías que se alargaban de más. No importa, en realidad; hay situaciones de mayor importancia, pero Abril simplemente está, resintiendo la oquedad que apetece complementarse… Solo puede penetrarla una estela, o un aroma, o un eco que retorna cromático y se asoma en la tersura del algodón y sabe a combustión anímica… imaginariamente.
Abril se sorprende ridícula y mejor cambia de hoja y pinta un cuerpo, sin más. Una mancha, de cuerpo y colores imprecisos, a la espera de suprimir el ardor o sublimar esa brisa que todo lo humedece y desordena por momentos.
…Abril está bajo la ropa, nada más.
IMAGEN: "Caleur", variación y detalle de mixta sobre papel, sin título, ca. 2018, etc.