Marto



 

Marzo deambula procurando alejarse de las trazas programáticas. ¡Su oficio es el placer, pero este mundo solo tienes aceras! lamenta cada vez que su predisposición de flaneur se disgrega sedentaria en las sendas trilladas con antelación. ¡Le encanta estar vivo! suele musitar, casi en silencio, impelido por su despliegue de sinapsis y la combustión de sus células, cuando se integra a la estesis de divagar entre el adentro y el afuera.
    Marzo pondera esos intersticios y aquellas orillas donde los árboles provocan la exultación de los solitarios para nutrirse de sus exhalaciones sosegadas. Marzo preambula hasta sentarse en una de las bancas dispersas, como “esperando a Abril”. Absorbe el calor y se entrega a la fluxión de esa mixtura intrínseca de euforia y melancolía que siempre aqueja, sin queja.
    Marzo capta hondamente la gravitación arbórea hasta adentrarse en otra órbita de percepción. Marzo interrumpe su dilucidación celebratoria al escuchar el susurro de una voz; es una voz de árbol que lo apela, como si lo hubiera estado esperando solo para manifestarle su revelación:

Conozco la historia de un hombre que amaneció sembrado como un árbol, en el jardín limítrofe del sueño de dos mujeres recíprocas, cuya vecindad provocaba cercanías difusas y distancias profusas. El viento lo inclinaba hacia una y hacia otra, mientras le sacudía su melena de pájaros.
    Cuando, por fin, sus brazos se volvieron ramas, una de ellas le colgó un columpio y se balanceó hasta rasgar el depósito nocturnal de estrellas y galaxias, construyendo una canción onírica con el sonido de su oscilación lúdica y festiva. La otra recogía sus frutos, con ellos alimentó un hogar que asimiló el dulce estado de una fruta en reposo y dispersó en la coreografía diurna de su desayuno.
    Se sucedieron las auroras y el árbol conoció los sueños de sus dos interlocutoras. Sueños astrales y terrenos que las remontaban a su edad de flora.
    Ocurría también que esas mujeres recelaban si el dador de sombra se inclinaba hacia la otra, cada vez más arrebatadamente. Para no ser ellas quienes se desgarraran por ello, sabiamente decidieron derribar el árbol y repartírselo. Se sucedieron los ocasos. Cada una obtuvo su parte: ramificaciones truncas, fragmentos de corteza y albura, segmentos de su tronco… Pero se quedaron sin pájaros, se quedaron sin ramas y sin ese confesor corpulento que conoció sus sueños y las hizo florecer bajo su sombra.
    Con los despojos del árbol, una construyó una casa y la otra hizo fuego. Volvieron a lo suyo y tal vez hayan recorrido el tiempo decorado de recuerdos que anidan solo en los árboles de ramajes espléndidos.
    Dispersado el eco de ambos sueños, una mañana nebulosa, el árbol roto pudo recuperar su forma de hombre. Ahora es un desarraigado, errante aunque limitado al perímetro de su encierro. El pobre no soporta su sed de sedentario pero disfruta las sombras frutales de algún sendero arbolado…

Marzo puede sentir la estela de ese susurro arbóreo que el roce del aire disuelve a la vez de hacer danzar los pétalos violáceos que alfombran el suelo. Marzo, perplejo, duda unos instantes sobre aquello y no alcanza a dilucidar si esa historia fue la proyección de ese mismo árbol parlante o una alegoría de la suya, acaso, y entonces supone que también él podría convertirse en árbol, cuando deambular pierda su forma.
    Se suceden las sombras. Marzo deja caer los párpados, extiende los brazos y, entonces, comienza a volverse árbol.

 

Música: F.S. Blumm y Nils Frahm, "Perff", Music For Wobbling Music Versus Gravity, Sonic Pieces, 2013.