Februaro


Febrero supone que fumar es un mal síntoma, y para qué atiborrar de colillas las coladeras de los días y su rotación. Eso ya pasó, en otras vidas; en la isla de los moribundos y la estación de los suicidas. Mejor presentir las jacarandas, como una punzada que brilla entre las células y las simientes de significación, o un instinto de fruición y su esqueje de somas, rizomas y semas que enhebran la carnosidad de ser. Mejor cultivar una ubicación contemplativa, extrovertida solo en forma de comunión dicotómica de las cosas y su gravitación orgánica —intangible, inefable, inasible, inescrutable—, en un jardín de figuras imposibles mas representables.

Febrero vespertó así, transido de abstracción, como volver a resentir el eco de aquel vestigio implícito de melancolía con que se mitigaba la pulsión adolescente de los prismas. Dormitó con el frío vacilante que luego se trasuntó en promesa calurosa de festivales púrpuras. Temperatura indecisa e inestable.

Febrero se preguntó si el viejo árbol todavía llega a sorprenderse ante el sobrecogimiento que adviene cuando se le desprenden las hojas, cíclicamente. Y del calendario al que se le arrancaban las hojas cada tanto, qué se podría discurrir. Esa es la imagen precisa: El desprendimiento de las hojas, como vidas. Esa fisura y la propensión de dejar desprenderse y los brotes que emergen después. Una ruptura. Una rotura y luego aceptar la desnudez para que el aire y el sol puedan revestir la superficie marchita. Transigencia incesante, continua y retornable. Designio de los desprendimientos: A quien antes fue la hoja y ahora es el árbol o el calendario, corresponde asumir que las hojas han de desprenderse, se elevarán un instante y caerán para transformarse. Febrero es uno. Uno está aquí siempre. Las hojas desaparecen o se vuelven parpadeos del aire.

Febrero corta flores y ruega perdón por los decesos de conflagraciones lejanas. Tan acostumbrado a las soledades, Febrero supone improbable advertir la cantata de alguien que vendrá una tarde. En las rutas de los sitios especiales, donde las conversaciones y disensos se suceden rosáceos. Riega el jardín de imposibles y ese vaho de humedad y humus es la única atmósfera estimable. Lo demás ya pasó. No hay nadie. No habrá nadie jamás. Febrero supone, como quien ya sabe.

 

Música: F.S. Blumm y Nils Frahm, "Writing Letters To Myself", Music For Lovers, Music Versus Time, Sonic Pieces, 2010.