b o u t i q u e
Siempre hay una mujer que ya no está,
la encarnan los maniquíes con su mirada atemporal y callada.
Nunca falta un hombre que se va,
lo encierran las boutiques hetéreas de la madrugada.
Parece que bailan.
Parece que se palpan
—como si sus dedos hidrolizados trazaran
las líneas quebradizas de sus caras;
con las manos abiertas,
como quien trata de aprehender la atmósfera—,
pero hay un cristal que los separa.
Se retuercen,
con los brazos en rombo y casi rígidos.
Se menean,
como autómatas que despiertan.
Es una danza,
ensimismada y frenética.
No se palpan,
los separa un cristal
blindado de murmullos y fragancias.
Allí donde borbotea el núcleo de melanina humana,
como el bulbo lácteo de sus mantras,
con su espiral de luces brillosas y manchadas.
Solo huellas
es lo que dejan
en la superficie aislada del cristal que los aleja.
En la boutique donde se diseña la madrugada,
laboratorio de apetencias que se acuerpan
en transeúntes que hojearán los folletos fabulosos mañana.
Corpografía de parejas zurcidas con pestañas.
Coreografía de miradas rotas envueltas en pieles recicladas.
Con sus cocteles de toxinas y su música gasificada.
Con sus archivos trágicos
incendiándose repentinamente como lucecitas de bengalas.
Es la coreografía
en la boutique
de la madrugada.
Con sus aceras laceradas.
Con sus grafitos de muchachas asediadas.
Con su espectador equívoco:
Un testigo insomne que creyó soñar esa danza,
como un delirio particular
de su propia extravagancia.
Un espectador involuntario que orbitaba solitario;
se había electrocutado, angelino y escuálido,
y perdió sus alas;
entonces advirtió esa coreografía extraña,
mediante los monitores de seguridad
de la boutique,
en la madrugada.
Suena una alarma.
Sueña una larva.
Despega los párpados.
Los aplausos aguardan
Rola: David Lynch y Lykke Li, "I'm Waiting Here", The Big Dream, 2013